Hechos 2:14.36-41

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Salmo 116:1-3.10-17; Hechos 2:14.36-41, 1 Pedro 1:17-23; Lucas 24:13-35

Análisis del texto

Recomendamos (re)leer las notas anteriores, pues dicen mucho a los vv. de este domingo.

El v. 36 concluye el argumento comenzado en el v. 21 con la profecía de Joel. Al darle a Jesús el título de Señor, que en la profecía se refería a Yahvéh, Lc está afirmando que este Jesús rechazado por los seres humanos pero afirmado por Dios, es verdaderamente Señor, kyrios, título que el judaísmo usaba desde tiempo atrás para referirse a Yahvéh sin nombrarlo. Para Lc, Jesús es profeta, Mesías, Cristo y Señor, sentado a la derecha del Padre.

La primera consecuencia del don del Espíritu Santo sobre la comunidad de creyentes fue la valentía y articulación con que mujeres y varones sin preparación teológica pudieron ser testigos de Jesús. El mensaje del Evangelio llega a judíos y judías de todos los pueblos, a cada cual en su propia lengua. Como muestra de semejante milagro, habla Pedro en nombre de los doce. La segunda consecuencia es el llamado o exhortación a sus oyentes, dividido en tres partes: a) prestar atención, escuchar; b) arrepentimiento y conversión; y c) el bautismo. Para ello, Pedro (Lucas) comienza por articular las conclusiones del caso que presentara en los vv. 14-21. La “casa de Israel” no puede alegar ignorancia, pues su culpabilidad frente a sus acciones está patente. Le queda una sola posibilidad, que, a juzgar por el estado de los (¿y las?) oyentes, todavía es posible, y qué Lucas plantea mediante el recurso de una pregunta compungida: “¿Qué tenemos que hacer?”

Lc retoma el mensaje salvífico, esta vez mediante cuatro elementos interrelacionados: el arrepentimiento o conversión (en griego metanoia), el bautismo, el perdón de los pecados y el don del Espíritu Santo. Con esto ha dado una vuelta completa y ha retornado a los eventos que dieran origen a todo el discurso al comienzo del capítulo. La promesa, que ya estaba presente en el v. 21, el centro de la estructura del discurso, es ahora ampliada: no sólo es para Uds., sino también para su descendencia. Usando, una vez más, la profecía de Joel 3:4 (LXX; Hebreos 3:5), aquí Lucas les habla a sus propios/as contemporáneos/as, para el Israel de lejos y de cerca. Una vez más este discurso nos recuerda que no está pensado para nosotros/as (aunque es válido hacer una relectura), sino para una generación que todavía estaba insertada en el judaísmo.

Sugerencias homiléticas

El tema de estos vv. se podría titular “Todavía hay una posibilidad”. Ni las acusaciones más terribles (¿qué puede ser peor que haber matado al Mesías y Ungido de Dios?) se sostienen cuando hay verdadero arrepentimiento y verdadera conversión, cambio. Esto fue así para la multitud que escuchó a Pedro según Hechos 2, para Pablo que persiguió a la Iglesia, para Pedro mismo que lo había negado y para multitud de otras personas a lo largo de la historia. También es cierto para cada uno y cada una de nosotros/as. Claro que la aceptación de Jesús como Mesías, con todo lo que ello implica (arrepentimiento diario, conversión diaria, etc.) es parte del “paquete”. No se puede “comprar” una parte sola, por ej., las bendiciones de Dios, sin un cambio de vida.

Quizás detrás de estas palabras que Lucas pone en boca de Pedro, está su intención de hacer de Pedro el sucesor del rol profético de Juan el Bautista, especialmente al relacionar el bautismo con la conversión, y la pregunta de las dos multitudes: “¿Qué debemos hacer?” Una posibilidad para este domingo sería explorar quiénes son las voces proféticas hoy, si están en la Iglesia o fuera, si llaman a la Iglesia o no, etc.

La conversión puede entenderse de varias maneras. Una es la experiencia que usualmente se asocia con este término y que se puede fechar hasta con minutos, de creer en Jesús / encontrarse con él / aceptarlo y dejar la vida llevada hasta ese momento. Para mucha otra gente, la conversión es un proceso gradual, que no se puede identificar con un momento determinado. En cualquiera de los dos casos, lo que realmente importa es que, tras el momento en que, con el corazón partido preguntamos “¿Qué debemos hacer?”, como dice Hechos 2: …., volquemos toda nuestra vida a evitar el pecado o los pecados; pero también a ser fieles a Dios, a servirle y a construir comunidad con nuestro prójimo.

En mi tarea pastoral me he encontrado repetidamente con situaciones en las que una persona había estado involucrada en situaciones “non sanctas”, como tráfico de drogas y otras. Me hicieron pensar mucho, sobre todo, porque se trataba de situaciones resueltas legalmente (cárcel) y también “cristo-lógicamente” en cuanto a un arrepentimiento y conversión. Y sin embargo, había en la comunidad que rodeaba a estas personas, otras que se creían con derecho a seguir discriminando, a juzgar más duramente que Dios a estos/as hermanos/as, y aparentemente, a no perdonarles nunca su pecado. Sin ir a ejemplos tan drásticos, creo que cada predicador/a tiene a mano ejemplos de este tipo de conducta, que usar en la meditación. ¿Qué significa, entonces, el tema de este domingo, “todavía hay una posibilidad”? ¿De qué nos sirven los mismos ejemplos de Pedro y Pablo? Finalmente, ¿quiénes necesitan oír el mensaje de salvación? ¿No será por ejemplos como estos que muchas de nuestras comunidades están cada vez más vacías y más muertas?

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