Hechos 2:14, 22-32

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Introducción

Todos los textos de este mes son del libro de los Hechos; éste, como sabemos, toma el lugar del AT durante los domingos de Pascua (tres de estas lecturas son del discurso de Pedro el día de Pentecostés y el resto del cap. no aparece en el ciclo A). Nos parece importante, entonces, hacer algunas consideraciones acerca de la teología de Lc antes de entrar a los detalles de cada perícopa. Estas servirán de base para toda la reflexión del mes y permitirán revertir, al menos en parte, la atomización que trae la lectura en perícopas.

En la teología lucana, el don del Espíritu el día de Pentecostés es paralelo al bautismo de Jesús en el Jordán. Ambas experiencias son denominadas “bautismo”, uno de agua y el otro del Espíritu (Lucas 3:16, 21-22; Hechos 2:1-13). Ambos sirven para inaugurar una misión; ambos suceden mientras la/s persona/s está/n en oración (Jesús) o reunidas (la comunidad); en ambos relatos el Espíritu baja en forma visible (“como una paloma”, “como llamas de fuego”); y estas personas quedan llenas del Espíritu. Este es uno de los diversos recursos del evangelista para alentar a su comunidad, a la que escribe, en su misión. La misión de la Iglesia no es un agregado o una opción, sino que es la continuación del ministerio de Jesús durante su vida terrena. ¡Ni siquiera deberíamos recordárnoslo mutuamente!

Otro elemento fundamental en Lc es el hecho del testimonio primero de Jesús y después de la Iglesia con palabras y con hechos, no sólo con palabras. Otra vez, ¡ni siquiera deberíamos recordárnoslo mutuamente!

El día de Pentecostés estaba ligado, en la tradición judía, a varios eventos de la vida de Israel. Por una parte, a la alianza entre Dios y Noé; a esta alianza posteriormente se le agregó, en conexión con Pentecostés o fiesta de las Semanas, la alianza en el Sinaí y la donación de la Torá en el Sinaí. No debemos confundir estos dos últimos elementos; podría haber habido una sin la otra. Pero por el hecho de que Israel tendió a concentrar diferentes eventos en las fiestas principales (en este caso, Pentecostés), terminan estando todas entrelazadas en nuestra mente. De todos éstos, aparentemente para el tiempo de Jesús la donación de la Torá era el evento más importante. Éste y otros datos de la historia y del texto permiten a O’Reilly afirmar (y nos convence) que el centro del cap. 2 de Hechos es la palabra de Dios, a pesar de que “palabra” apenas aparezca.


La estructura del discurso de Pedro es, según O’Reilly (pág. 70-71, traducción nuestra) la siguiente:

a (14) sea conocido
b levantó la voz y dijo
c mis palabras
d (17) sobre toda carne
e vuestros hijos y vuestras hijas
f (18) derramaré mi espíritu
g (19) prodigios y señales
h (21) el nombre del Señor
i (22-23) SE SALVARÁ… ESCUCHAD ESTAS PALABRAS
h’ (22) Jesús el Nazoreo
g’ prodigios y señales
f’ (33) del espíritu … derramado
e’ (39) vuestros(as) descendientes
d’ y todos(as) los(as) que están lejos
c’ (40) y con otras palabras
b’ declamaba y llamaba
a’ diciendo

El centro está compartido por dos versículos, el 21 y 22. El 21 contiene un mensaje querigmático muy claro: “Toda persona que invoque su nombre se salvará”. El v. 22 introduce la siguiente sección del discurso, que liga a Jesús, sobre cuyo nombre ya se ha hablado (“quien invoque el nombre de Jesús se salvará”), con la palabra que se proclama y que trae la salvación al ser aceptada y producir conversión y bautismo. O’Reilly afirma que la palabra de Dios llega a existir en el día de Pentecostés por el poder del Espíritu Santo; una palabra que remite a Jesús y a la obra de Dios en Jesús, y por eso puede salvar.
En los vv. 14-21, el segmento del discurso de Pedro que no cabe en nuestro leccionario ciclo A, Lucas utiliza una profecía de Joel 3:1-6 (LXX) que se refería a Yahvéh y el cumplimiento de prodigios en los últimos días (Lucas agrega “y señales”), junto con el derramamiento del Espíritu de Dios sobre toda criatura; no sólo sobre reyes, reinas, profetas o profetisas, sino sobre “toda carne”, incluyendo jóvenes y ancianos, varones y mujeres, esclavos y esclavas. A semejanza de los ancianos que, con Moisés, habían recibido del Espíritu de Dios y profetizado, en los últimos tiempos el Espíritu no será monopolio de una persona, por más grande que ésta sea, sino que será derramado sobre “toda carne”. Pedro muestra en su discurso que en Jesús y en el don del E.S. en Pentecostés, Dios cumple la profecía de Joel (incluso el v. 36 hace alusión a esta profecía, véase más abajo).

Un tema más para reflexionar a partir de este capítulo. Cinco veces se usa el término “varones”, andres en griego. Primero se usa para hablar de los judíos de todas las naciones reunidos en Jerusalén (v. 5); luego Pedro lo usa tres veces en frases de alocución directa en su discurso (vv. 14, 22, 29); finalmente, los varones a quienes Pedro ha predicado responden a la Palabra preguntando qué deben hacer, y allí (v. 37) son ellos quienes se dirigen a Pedro y los once con el término “varones hermanos”. ¿Dónde estaban las mujeres mientras tanto? ¿Qué pasó con ellas? Este es un ejemplo claro de un discurso en el cual lo masculino es al mismo tiempo propio de los varones y se asume erróneamente como inclusivo de mujeres. En efecto, ¿podemos suponer que sólo los varones acudieron al escuchar el ruido fuerte que precedió al don del Espíritu? Posible, pero improbable. Es posible que Lucas estuviera pensando en Isaías 2, especialmente en la profecía del v. 3, donde gente de todas las naciones iría a reunirse en Jerusalén sedienta de la palabra de Dios. En el hebreo el término es ‘amim y en la LXX es ethne ¿son estos términos = “varones”? Aparentemente para Lucas, sí. Hoy nosotras/os diríamos “no”, pues la presencia de las mujeres, incluidas las reunidas con los once y Pedro esperando el Espíritu, es silenciada de esta manera. Un tema para tener presente.

La mayoría de los comentarios toma como una unidad los vv. 22-40, el discurso con la respuesta de la multitud que escuchaba (el v. 41 es un resumen lucano). Nuestro leccionario divide estos vv. en dos domingos, de modo que habría que tener cuidado de no repetir el sermón, pero al mismo tiempo de hacer las conexiones necesarias entre ambas predicaciones. Podemos pasar ahora a un análisis más detallado de cada perícopa.


Análisis del texto de Hechos 2:14, 22-32

Salmo 16; Hechos 2:14, 22-32; 1 Pedro 1:1.3-9; Juan 20: 19-31

Los vv. 22-32 forman lo que sería la segunda parte del discurso de Pedro. Aquí Pedro realmente actúa como testigo de Jesús (“y seréis mis testigos…”). Primero lo hace apelando a lo que –en su discurso– es cosa sabida por su audiencia: “Vds. saben de los milagros, prodigios y señales que hizo Jesús” (v. 23) A continuación, su discurso hace un giro. A este Jesús, Vds. lo mataron –argumenta – clavándolo en una cruz. Aquí Lc usa varios recursos. Por un lado, el kerygma cristiano: a) a este Jesús Dios acreditó mediante palabras y obras durante su vida; b) sufrió y murió en manos de Vds., y c) Dios lo resucitó. Este es un esquema básico de la fe cristiana.

Por otro lado, Lucas usa el recurso literario de “la escena del reconocimiento”, mediante la cual en el momento cumbre de la obra (en este caso, el discurso), quienes han procedido creyendo hacerlo para su bien, ahora descubren lo contrario. Cuando negaron a Jesús o cuando prefirieron a Barrabás, creían ser fieles a Dios (acá podemos pensar en Pablo persiguiendo a la Iglesia). ¡Y estaban matando a su propio Mesías! Pero hay una salida, porque Dios estaba detrás de todos estos acontecimientos (v. 23), y esa salida es: arrepentimiento, conversión, bautismo, invocación/reconocimiento del nombre de Jesús. En suma, salvación por Cristo. Pero este será el tema central de los vv. del próximo domingo.

A continuación (vv. 25-31), de modo típicamente rabínico, Pedro (Lucas) argumenta usando las Escrituras. El argumento es el siguiente: David afirmó (Salmo 16:8-11, LXX) que Dios no permitiría que conociera el Hades, el lugar de la muerte. Sin embargo (v. 29), su tumba está entre nosotros. Esto que dijo, por tanto, no podía referirse a sí mismo. ¿A quién entonces? A Jesús, por supuesto, de la línea davídica (aquí Lucas usa el Salmo 132:11 LXX) y de quien además no tenemos tumba porque resucitó.

Finalmente, en el v. 32 vuelve el tema del testimonio (habla en primera persona del plural), de los y las testigos de la resurrección de Jesús. El principio del argumento se basaba sobre hechos públicos (prodigios y señales, pasión y muerte); la última (de esta perícopa), en hechos de fe. ¡Pero no por ello menos reales para los y las creyentes, en este caso, para Pedro y los Once!

Sugerencias homiléticas

Con respecto a la acusación de haber matado a Jesús, tenemos que tener cuidado en no transponer un argumento lucano a nuestra realidad presente. Lucas escribe para una comunidad formada por personas de origen judío (algunas) y gentil (muchas), que se sienten el nuevo Israel producido por la palabra. Pero al mismo tiempo se siente presionada, interna o externamente, a mantenerse en el Israel conocido, el de la circuncisión, el sábado y la sinagoga (ya para cuando escribe no había templo en Jerusalén). En el v. 40 llega a llamarla “generación depravada”, pero de nuevo, este v. es parte del texto del próximo domingo.

Como recuerda Comblin (p. 94), Pedro aparece como el fundador de una nueva secta, con el entusiasmo y el dolor que traen tal corte con el pasado, la identidad y la tradición; entusiasmo y dolor que se perciben también en los escritos de la Reforma o en movimientos surgidos últimamente. Pero ni a Lucas ni a su comunidad se le hubiera ocurrido nunca justificar la persecución o matanza de judíos por el argumento de que “ellos mataron al Señor”, como lamentablemente todavía escuchamos. Pedro y los once, que en Pentecostés se dirigen a la multitud, así como Pablo y otros, eran judíos dirigiéndose a judíos. Era una cuestión interna, entre judíos que habían desconocido al Mesías (y que, en la teología de Lucas, habían matado a Jesús) y judíos que lo habían reconocido como Mesías. Históricamente no es exacto decir que los judíos presentes en Jerusalén para la fiesta de Pentecostés lo habían matado, pues los únicos que tenían poder para matar y que lo ejercitaban, eran los romanos. Y como justamente los y las seguidoras de Jesús eran un peligro para los romanos y sus señores, Lucas elige (creo que sin prever las consecuencias que eso tendría en la historia) culpar de la muerte de Jesús a sus oyentes judíos.

Un tema difícil de estos vv. es el del plan de Dios y su conocimiento previo de lo que sucedía (v. 23). ¿Qué significa esto? ¿Que Dios sabía que lo matarían? Muy probablemente, puesto que así habían tratado ya a muchos profetas (y posiblemente profetisas, aunque no lo sabemos) ¿Que era el plan de Dios que muriera? Muchos/as teólogos/as dirían que sí. Pero también es posible interpretar este conocimiento de Dios en el sentido de saber cómo somos los seres humanos y cómo reaccionamos frente a alguien como Jesús, y dejar que los acontecimientos siguieran su curso. En este caso, no se trata de la retribución (“entregado por nosotros”) sino de esperar a ver hasta dónde llegaría la obediencia de Jesús y la maldad humana y decir la última palabra sobre el asunto (la resurrección).

Como ya quedó claro, no sólo no creemos que históricamente hablando sea justo echarle la culpa de la muerte de Jesús al pueblo judío, sino que además no creemos que sea un buen motivo de predicación para hoy, ni el tema central. Lucas se enfrenta, con su comunidad, a estos dilemas: ¿Lo viejo o lo nuevo? ¿La continuidad o la ruptura? ¿Dónde o con quién/es está Dios? Este tema sigue siendo fundamental. Lo fue para los y las cristianas de los primeros siglos de la era común, lo fue para las Iglesias en la época de la Reforma y Contrarreforma, lo es hoy y lo es siempre que tenemos que preguntarnos si nosotros/as y nuestras comunidades estamos siendo fieles a la Palabra de Dios. ¿Y qué hace Dios cuando no somos fieles, no nos arrepentimos, no escuchamos, nos aferramos a nuestras tradiciones, himnarios, costumbres, amistades, templos, finanzas y no queremos cambiar? ¿Debe Dios permanecer atado/a a nuestras costumbres y templos?

Si se quisiera dejar este tema para el próximo domingo, cuando también es fundamental, otro tema importante en los vv. de hoy, y relacionado con el mencionado, es el de los fundamentos de nuestra fe. Pedro los tenía muy claros (y viendo la estructura del discurso, más arriba, se hace más fácil verlo): Jesús es el nombre/la persona en quien alcanzamos la salvación. Este Jesús predicó y obró durante su vida y murió como otros profetas de Israel, pero Dios le levantó de la muerte y, desde lo alto, derrama el Espíritu Santo. La primera obra producto de ese don del Espíritu Santo es, según Hechos, la habilidad y valentía de Pedro y los demás en proclamar a viva voz a este Mesías, y la dispersión del mensaje en todas las lenguas. Es decir, ser testigos suyos. ¿Somos testigos de Jesús? ¿Cómo y dónde? ¿Cuáles son los lugares y ocasiones en que damos testimonio? ¿Por medio de qué palabras y qué obras, personales y comunitarias?

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