Hechos 10:34-43
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Salmo 29; Isaías 42:1-9; Hechos 10:34-43; Mateo 3:13-17.
Análisis
Luego de haber meditado sobre los hechos de la Navidad damos un salto en la historia y vamos hacia uno de los momentos en que los discípulos están dando testimonio de la vida de Cristo y anunciando el evangelio. Ya han quedado atrás la pascua y la ascensión. ¿No es un salto demasiado largo en la historia?
Puede que sea largo, pero nos viene bien que se nos recuerde en el clima navideño que aquellos hechos de Belén condujeron a crear un pueblo de creyentes que dieron testimonio de su fe y en muchos casos lo refrendaron con sus vidas. Son tres los elementos que se resaltan en estas palabras de Pedro:
1. Que Cristo vino para todos;
2. Que vivió haciendo el bien y sanando;
3. Que lo mataron y Dios lo resucitó.
Líneas para la predicación
Entendemos que estos tres temas deben articularse para ser presentados en nuestra predicación mostrando las contradicciones que ellos ponen en evidencia. En general pensamos que el mensaje de Jesús es afín a lo que queremos y deseamos: la paz, la justicia, el amor, la amistad… ¿quién en su sano juicio se opondría a ellas? Sin embargo cuando hilamos fino en nuestro interior las cosas no son tan claras ni tan puras.
1. Del sectarismo a la inclusión. “Dios no hace acepción de personas” significa que aquel que todos creían no podía recibir la bendición de Dios e incorporarse a su pueblo lo estaba haciendo y con todo derecho. Lo que limitaba la expansión del evangelio no era el Espíritu Santo sino los prejuicios presentes en los creyentes mismos. Los primeros creyentes entendían que el mismo Espíritu Santo imponía leyes y preceptos que automáticamente dejaban fuera de su pueblo a muchos que no los cumplían. Entre estas leyes estaba la de pertenecer al pueblo de Israel. ¿Podía un extranjero recibir el Espíritu de Dios? Hoy puede parecernos una pregunta superada y sin sentido, sin embargo tenemos nuestras propias “leyes” que deben cumplir aquellos que a nuestro parecer son pasibles de integrarse al pueblo de Dios o, más sencillamente, a nuestra iglesia.
Estas leyes pueden ser de raza, de clase social, de formación intelectual, del lugar donde habitamos, de tradición eclesial, de orientación política, de sexo, de nacionalidad, de cultura, y tantas otras. En general es difícil que formulemos estas leyes a viva voz, casi nos avergonzaríamos de ello. Pero… ¿puede alguien que apenas sabe leer entender el evangelio? ¿Hay espacio para los inmigrantes en nuestra congregación? ¿Tienen las mujeres el mismo trato que los hombres en nuestra iglesia? ¿Los pobres son bien recibidos en la comunidad o simplemente levantamos ofrendas para ayudarlos? Podríamos multiplicar estas preguntas que en muchos casos revelarán que no estamos lejos de haber creado nuestras propias “reglas de aceptación” para ingresar al pueblo de Dios. Debemos reconocer que solemos reproducir en la iglesia los sectarismos de la sociedad. En este contexto debemos anunciar que Dios nos invita a ser inclusivos, a abrir las puertas a todos.
2. Vivir haciendo el bien. Es curioso que se describa a Jesús como alguien que vivió haciendo el bien y sanando. Lo curioso en realidad es que se nos diga luego que por eso lo mataron. En general consideramos que aquellos que no hacen más que el bien y ayudan a los demás terminan siendo considerados casi próceres, hombres y mujeres ejemplares. Pero no sucedió así con Jesús. ¿Por qué?
Digamos de entrada que quienes hacen el bien merecen esos elogios y el mundo sería muy distinto si más personas optaran por amar al prójimo y obrar en consecuencia. Pero lo que distingue a Jesús de nuestras bondades más o menos espontáneas es que él iba siempre a la raíz del mal que estaba atacando. Así curaba a un enfermo pero le anunciaba que su pecado era perdonado, y de ese modo ponía en evidencia la dureza de corazón de una sociedad que condenaba a los enfermos como pecadores. O curaba a varios enfermos y mostraba luego la ingratitud en sus vidas al comprobar que pocos volvían a reconocer la bendición que habían recibido. Iba a la casa de pecadores para llamarlos a la conversión pero ponía en evidencia la marginación a que los sometía el resto de la sociedad.
Sumemos entonces nuestra reflexión: primero decimos que el evangelio es para todos y que Dios pone en tela de juicio nuestros preconceptos y barreras. Ahora decimos que al amar y hacer el bien no solo debemos ayudar a otros sino quebrar las estructuras que condujeron al malestar de esa persona. Debemos escuchar al deprimido pero buscar la causa de su problema. Debemos colaborar con los pobres pero denunciar las estructuras que los empobrecen y mantienen en la pobreza. Es nuestra tarea acercarnos a los marginados por la sociedad pero a la vez trabajar para que los mecanismos que los marginan sean denunciados y superados. Y en todo esto no debemos dejar de buscar también en nosotros mismos para ver como algunos de esos mecanismos los reproducimos a veces inconscientemente.
Finalmente recordemos que Jesús “hacía el bien” pero amando. Porque darle una moneda al mendigo es hacer el bien, pero ese gesto puede distar mucho de amar a esa persona. El amor cristiano es el que busca modificar la situación del que sufre para que pueda acceder a una vida digna tal como Dios quiere para todos.
3. Vida abundante. El texto dice claramente que lo mataron y que Dios lo hizo resucitar. Pedro no se detiene a lamentar su muerte, como quizás haríamos nosotros por algún ser querido muerto injustamente, sino que anuncia la voluntad del Padre de devolverlo a la vida para dar testimonio de su voluntad. Es una forma de decir que no es la muerte la última palabra de Dios sino por el contrario muestra su vocación de abrir la puerta a la vida abundante. Hoy como ayer la vida está amenazada por injusticias, desprecio, violencias… También hoy como ayer los cristianos somos llamados a testificar que el creador se ha puesto del lado de la vida sana, la vida profunda, que es más que estirar los días en la tierra y sobrevivir como se pueda, tal como millones hoy son condenados a “durar” mas que a vivir. Por eso los creyentes han sido llamados los custodios de la vida, y deberíamos asumir ese papel con suma seriedad si no queremos quedar declamando una fe alejada de la verdadera voluntad de Dios y de su Hijo.
El niño de Belén nació para dejarnos su mensaje de amor, de paz, pero con el respaldo de la cruz y la resurrección. La cruz fue el signo de su obediencia hasta el fin, la resurrección fue la respuesta de Dios a esa obediencia.
Análisis
Luego de haber meditado sobre los hechos de la Navidad damos un salto en la historia y vamos hacia uno de los momentos en que los discípulos están dando testimonio de la vida de Cristo y anunciando el evangelio. Ya han quedado atrás la pascua y la ascensión. ¿No es un salto demasiado largo en la historia?
Puede que sea largo, pero nos viene bien que se nos recuerde en el clima navideño que aquellos hechos de Belén condujeron a crear un pueblo de creyentes que dieron testimonio de su fe y en muchos casos lo refrendaron con sus vidas. Son tres los elementos que se resaltan en estas palabras de Pedro:
1. Que Cristo vino para todos;
2. Que vivió haciendo el bien y sanando;
3. Que lo mataron y Dios lo resucitó.
Líneas para la predicación
Entendemos que estos tres temas deben articularse para ser presentados en nuestra predicación mostrando las contradicciones que ellos ponen en evidencia. En general pensamos que el mensaje de Jesús es afín a lo que queremos y deseamos: la paz, la justicia, el amor, la amistad… ¿quién en su sano juicio se opondría a ellas? Sin embargo cuando hilamos fino en nuestro interior las cosas no son tan claras ni tan puras.
1. Del sectarismo a la inclusión. “Dios no hace acepción de personas” significa que aquel que todos creían no podía recibir la bendición de Dios e incorporarse a su pueblo lo estaba haciendo y con todo derecho. Lo que limitaba la expansión del evangelio no era el Espíritu Santo sino los prejuicios presentes en los creyentes mismos. Los primeros creyentes entendían que el mismo Espíritu Santo imponía leyes y preceptos que automáticamente dejaban fuera de su pueblo a muchos que no los cumplían. Entre estas leyes estaba la de pertenecer al pueblo de Israel. ¿Podía un extranjero recibir el Espíritu de Dios? Hoy puede parecernos una pregunta superada y sin sentido, sin embargo tenemos nuestras propias “leyes” que deben cumplir aquellos que a nuestro parecer son pasibles de integrarse al pueblo de Dios o, más sencillamente, a nuestra iglesia.
Estas leyes pueden ser de raza, de clase social, de formación intelectual, del lugar donde habitamos, de tradición eclesial, de orientación política, de sexo, de nacionalidad, de cultura, y tantas otras. En general es difícil que formulemos estas leyes a viva voz, casi nos avergonzaríamos de ello. Pero… ¿puede alguien que apenas sabe leer entender el evangelio? ¿Hay espacio para los inmigrantes en nuestra congregación? ¿Tienen las mujeres el mismo trato que los hombres en nuestra iglesia? ¿Los pobres son bien recibidos en la comunidad o simplemente levantamos ofrendas para ayudarlos? Podríamos multiplicar estas preguntas que en muchos casos revelarán que no estamos lejos de haber creado nuestras propias “reglas de aceptación” para ingresar al pueblo de Dios. Debemos reconocer que solemos reproducir en la iglesia los sectarismos de la sociedad. En este contexto debemos anunciar que Dios nos invita a ser inclusivos, a abrir las puertas a todos.
2. Vivir haciendo el bien. Es curioso que se describa a Jesús como alguien que vivió haciendo el bien y sanando. Lo curioso en realidad es que se nos diga luego que por eso lo mataron. En general consideramos que aquellos que no hacen más que el bien y ayudan a los demás terminan siendo considerados casi próceres, hombres y mujeres ejemplares. Pero no sucedió así con Jesús. ¿Por qué?
Digamos de entrada que quienes hacen el bien merecen esos elogios y el mundo sería muy distinto si más personas optaran por amar al prójimo y obrar en consecuencia. Pero lo que distingue a Jesús de nuestras bondades más o menos espontáneas es que él iba siempre a la raíz del mal que estaba atacando. Así curaba a un enfermo pero le anunciaba que su pecado era perdonado, y de ese modo ponía en evidencia la dureza de corazón de una sociedad que condenaba a los enfermos como pecadores. O curaba a varios enfermos y mostraba luego la ingratitud en sus vidas al comprobar que pocos volvían a reconocer la bendición que habían recibido. Iba a la casa de pecadores para llamarlos a la conversión pero ponía en evidencia la marginación a que los sometía el resto de la sociedad.
Sumemos entonces nuestra reflexión: primero decimos que el evangelio es para todos y que Dios pone en tela de juicio nuestros preconceptos y barreras. Ahora decimos que al amar y hacer el bien no solo debemos ayudar a otros sino quebrar las estructuras que condujeron al malestar de esa persona. Debemos escuchar al deprimido pero buscar la causa de su problema. Debemos colaborar con los pobres pero denunciar las estructuras que los empobrecen y mantienen en la pobreza. Es nuestra tarea acercarnos a los marginados por la sociedad pero a la vez trabajar para que los mecanismos que los marginan sean denunciados y superados. Y en todo esto no debemos dejar de buscar también en nosotros mismos para ver como algunos de esos mecanismos los reproducimos a veces inconscientemente.
Finalmente recordemos que Jesús “hacía el bien” pero amando. Porque darle una moneda al mendigo es hacer el bien, pero ese gesto puede distar mucho de amar a esa persona. El amor cristiano es el que busca modificar la situación del que sufre para que pueda acceder a una vida digna tal como Dios quiere para todos.
3. Vida abundante. El texto dice claramente que lo mataron y que Dios lo hizo resucitar. Pedro no se detiene a lamentar su muerte, como quizás haríamos nosotros por algún ser querido muerto injustamente, sino que anuncia la voluntad del Padre de devolverlo a la vida para dar testimonio de su voluntad. Es una forma de decir que no es la muerte la última palabra de Dios sino por el contrario muestra su vocación de abrir la puerta a la vida abundante. Hoy como ayer la vida está amenazada por injusticias, desprecio, violencias… También hoy como ayer los cristianos somos llamados a testificar que el creador se ha puesto del lado de la vida sana, la vida profunda, que es más que estirar los días en la tierra y sobrevivir como se pueda, tal como millones hoy son condenados a “durar” mas que a vivir. Por eso los creyentes han sido llamados los custodios de la vida, y deberíamos asumir ese papel con suma seriedad si no queremos quedar declamando una fe alejada de la verdadera voluntad de Dios y de su Hijo.
El niño de Belén nació para dejarnos su mensaje de amor, de paz, pero con el respaldo de la cruz y la resurrección. La cruz fue el signo de su obediencia hasta el fin, la resurrección fue la respuesta de Dios a esa obediencia.