Filipenses 2,5-11

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Nota: Diversas informaciones exegéticas fueron tomadas de los siguientes comentarios:
COLLANGE, Jean-François, La Epístola de San Pablo a los Filipenses, Comentario del NT, Xa, Neuchatel, Delachaux, 1973.
DORNIER, P., CARREZ, M., Carta a los Filipenses, en: CARREZ, M. y o., Cartas de Pablo y Cartas Católicas, Madrid, Cristiandad, 1985.
HOFIUS, Otfried, Der Christushymnus Philipper 2,6-11, WUNT 17, Tubinga, Mohr (Siebeck), 1976.
Introducción
En la ciudad de Filipos, Pablo fundó su primera iglesia cristiana en suelo europeo. Filipos era un puente cultural y comercial entre Europa y Oriente, y tenía una considerable vida política, económica y religiosa. El Apóstol tuvo una relación muy especial con la comunidad filipense. Escribió esta carta para responder a varios problemas de la iglesia en Filipos y también para agradecerle por la ofrenda que le habían enviado. En este contexto, los anima a vivir en Cristo, señalando su camino de humildad y obediencia a Dios que lo llevó a la cruz y a través de ella, a la posición suprema de Señor de toda la humanidad.
Repaso exegético
El v. 5 contiene una exhortación, siguiendo luego la fundamentación mediante una unidad conocida como “himno cristológico” (vs. 6-11). Esta unidad es material prepaulino incorporado y ligeramente ampliado por el Apóstol. Para una mejor consideración del texto, debe tenerse en cuenta que el v. 5 no es una exhortación aislada, sino que relaciona las diversas exhortaciones de los vs. 1-4 con el himno.
En forma de Dios: en el lenguaje antiguo, el término empleado (morfé) significa los atributos esenciales tal como aparecen en la forma o modalidad de algo o alguien, no su simple apariencia exterior. Indicando que antes de su encarnación, Cristo poseía los atributos de Dios, el texto afirma la plena divinidad de Cristo. En la siguiente línea, el texto habla de la encarnación, estableciendo la plena humanidad de Cristo.
Hay una gran controversia sobre la fórmula “se despojó a sí mismo”. No puede referirse a su naturaleza divina en sí. El testimonio del NT es unánime en este punto: en todo momento, Jesucristo fue y es el Hijo de Dios. No hubo “vacíos” o “lagunas” en su camino, como lo sostuvo, p. ej., el docetismo (del griego dokeo, parecer), afirmando que el sufrimiento sólo fue “aparente”. (Para el gnosticismo, es inconcebible la idea de un Dios que sufre).
Cualquier idea de una “limitación humana” de Jesús puede ser peligrosa. Resulta complicado referir la fórmula de Filipenses al conocimiento de Jesús o a su conducta. Estaríamos en mejor camino si pensamos en la limitación natural de toda existencia humana, p. e., en cuanto al espacio y al poder. Quizá la historia de la tentación de Jesús nos ayude a comprender la diferencia entre su “vaciamiento” (kenosis) y nuestras limitaciones: Jesús fue tentado como nosotros, pero no pecó.
La expresión forma de siervo remite a la obediencia total de Jesús. Su humanidad fue tan real como su divinidad.
Muerte de cruz es una explicación paulina, que marca el momento más bajo y a la vez el punto de inflexión del descenso de Cristo: se trata de la muerte más despreciada que se podía aplicar a un condenado. El siguiente versículo cambia drásticamente el cuadro, pues Dios rescata precisamente a este caído.
El acto de humildad voluntaria y suprema es la causa para la exaltación suprema. Esta respuesta de Dios es tan excelsa que el texto recurre a un hapaxlegómenon para hablar de ella. Aquí no se cierra simplemente un “círculo” de descenso y ascenso, sino que llega a su meta la primera parte del proceso histórico-salvífico, precisamente la que se refiere a Jesucristo. La segunda parte nos corresponde a nosotros/as: confesarlo como Señor.
Hay más. El estado final del Cristo tiene un “plus” – si se permite esta expresión – por sobre la preexistencia: precisamente, la humanidad de Cristo. El Hijo de Dios es a la vez el Hijo del Hombre.
Un nombre sobre todo nombre: ¿De qué nombre se trata? Las especulaciones no aportan mucho. ¿Jesús el Cristo? ¿Salvador? ¿Señor? Todos los nombres son válidos, pero quizá alcance con remitir al significado de nombre para la religiosidad judía: equivale directamente a Dios y con ello, a la dignidad y el honor divinos.
Finalmente el texto pinta un cuadro de adoración universal que es una puesta en escena final de la afirmación de Mt 28,18: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. No se trata de una mera caída al suelo cada vez que se mencione el nombre de Jesús, sino del reconocimiento universal de su poder y del sometimiento a su voluntad. Hay varios textos más en el NT que hablan de este reconocimiento: Ro 8,19.21; Ef 1,20-22; Ap 5,13.
Es una pena que el concepto de Señor se haya convertido en una de las palabras más flacas de todo el vocabulario cristiano, a pesar de expresar el verdadero carácter y la dignidad de Jesucristo, de ser la base y el objeto del culto, y de poseer un contenido altamente contrahegemónico.
Breve reflexión teológica
El Domingo de Ramos marca el comienzo de la Semana Santa. Desde hace muchos siglos, los/as cristianos/as meditan en esta semana sobre la pasión y resurrección de Jesús. La semana comienza con una entrada mesiánica, pasa por momentos de despedida y por la traición, llega a su punto más bajo al morir Jesús en la cruz, y concluye con la victoria sobre la muerte y el pecado y la constitución de Jesucristo como Señor del mundo.
Este Rey y Señor invita a mujeres y hombres a formar parte de su reino. ¿Qué caracteriza la vida en este reino? Una de sus marcas es la humildad, pero no una humildad forzada y por consiguiente, falsa; sino una humildad que se desprende del vivir en Cristo. Como en todo el NT, el imperativo de la vida nueva tiene su fundamentación en el indicativo de la obra salvífica. Teniendo en claro esto, se evita la tentación moralizante de la mera imitación de un buen ejemplo. Jesús no es un molde o prototipo de buena conducta, sino el fundamento de la nueva vida. La diferencia puede parecer sutil, pero es fundamental. Lo que está en juego es estar en Cristo. Por ello, conviene traducir: Haya, pues, en vosotros este sentir como corresponde a la vida en Cristo Jesús (o también: como corresponde a la comunión en Cristo Jesús).
Ese patrón de vida es radicalmente opuesto a las formas de trato y convivencia que caracterizan la vida “común y corriente” en este mundo. Jesús se identificó con los que no tenían poder, tomó forma de siervo (en realidad, esclavo), se solidarizó con los/as “de abajo”, y practicó una nueva forma de convivencia entre las personas como también entre las personas y Dios.
Al contrario de lo que afirman algunos, la humildad no es una actitud dañina para la personalidad. Es sí una renuncia voluntaria al poder que desprecia, destruye y anula al prójimo. Vivir en Cristo implica esta práctica de la humildad, no por falta de autoestima, sino por amor a los/as hermanos/as más pequeños/as de Jesús. Esta actitud engendra un poder especial que subvierte los valores y las estructuras de este mundo, y anuncia el reino de Dios.
Posible esquema para la predicación
El poder y la gloria son tentaciones sumamente fuertes para toda persona. ¿Delante de qué “señores” se doblan nuestras rodillas? ¿Qué poderes nos quieren dominar? ¿Qué fuerzas determinan nuestra vida?
Jesucristo está por encima de todo señor, autoridad, poder de este mundo. Su autoridad se deriva de su camino de humildad, servicio, entrega, pasión. Esto lo recordamos especialmente en Semana Santa.
La fe en Jesucristo es una fe antihegemónica. Se opone a toda prepotencia humana, a toda autoridad que destruye, a todo poder que avasalla. Vivir en Cristo implica humildad, obediencia a Dios y servicio al prójimo.

COMENTARIOS HECHOS EN EL GRUPO:
En muchos grupos evangélicos se observa un énfasis no en la persona y las demandas de Jesús, sino en el “nombre”. Parece que el “nombre” te va a curar, hacerte prosperar, darte la victoria, etc. El texto bíblico es mucho más rico. Debemos enamorar a nuestra comunidad no del nombre, sino de la persona de Jesús. La persona de Jesús se implanta en la vida de una persona cuando hay una relación personal. A partir de allí, el nombre tiene sentido y una cara. No se trata de “hablar por teléfono” o “chatear” con Jesús, sino de vivir una relación personal y comunitaria con él. No hablamos con un nombre, sino con una persona.
La ética tiene su base en la relación de fe con Jesús. Pero la ética tampoco es algo automático, como que la fe produjera de por sí todos los cambios necesarios. Por otra parte, bajo ética no deben entenderse sólo ciertos valores aprendidos. Si fuera así, ya no necesitaríamos a Jesucristo para una vida ética. Un ejemplo: trabajando en una escuela, donde la mayoría no cree ni le interesa la fe cristiana, los valores nos permiten hacer un puente desde el cual podemos decir por qué yo hago esto o aquello. Pero si nos quedamos sólo con los valores y luego fallamos, sólo queda el castigo. Si en cambio relacionamos la ética con Jesucristo, entonces es posible hablar del perdón y de nuevas posibilidades.
Tenemos que buscar actualizaciones adecuadas para lo que significaba Señor en el contexto bíblico.
Hay una tensión decisiva entre la hegemonía universal de Jesucristo, y la afirmación que la fe en Jesucristo es una fe antihegemónica. ¿A qué hegemonías se opone la de Jesucristo? A todo poder o autoridad que excluye, destruye, aniquila.
Es importante hacer notar que la totalidad de la creación está bajo el señorío de Jesucristo. Ello implica también que la Iglesia está llamada a servir a la totalidad de la creación.

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