Familia y discapacidad

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"Mefi-boset comía siempre a la mesa del rey y estaba lisiado de ambos
pies" (2ª. Samuel 9:13).

En la antigüedad, la discapacidad era considerada un castigo divino y
quien la padecía quedaba excluido de la sociedad. Pero el rey David
fue una excepción. Mefi-boset no sólo era huérfano de padres y
abuelos, sino que desde su nacimiento padecía de una disfunción física
en ambos pies.

La invalidez había empobrecido a tal punto su mundo interior que decía
de sí mismo: "No soy más que un perro muerto". David no sólo le
ofreció lo que sería una pensión vitalicia, sino que apuntó a lo que
era el corazón del problema y lo integró a su familia: "Siempre
comerás en mi mesa". Y Mefi-boset aceptó gustoso.

La minusvalía es un desafío que debemos enfrentar entre todos: la
persona con discapacidad, la familia y la sociedad. Especialmente hoy,
cuando hemos avanzado tanto en materia de recursos tecnológicos y
cientos de instituciones se abren como espacios de desarrollo y
contención.

Pero la clave seguirá siendo el afecto de la familia y cuánto se deje
amar la persona discapacitada. El amor familiar es la mejor medicina
que podemos ofrecer a la persona con necesidades especiales, y aceptar
ese amor es la mejor terapia para una disminución psicomotora.

Paciencia, voluntad, proyectos y en especial una profunda
espiritualidad centrada en Jesucristo serán de gran ayuda para
nuestros hermanos con desafío similares al de Mefi-boset.
Información, integración, trabajo, transitabilidad urbana, leyes no
discriminatorias y en especial compromiso familiar, serán los
estímulos que debemos ofrecer, al igual que el rey David.


Oración: Señor, haznos comprender que una persona con discapacidad es,
como todas las personas, una persona con limitaciones.

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