Esteban

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Lectura bíblica, Hechos 6:1 a 8:1

Corría el año 31 (aceptando la hipótesis de que Jesús nació en el año 4 aC) y hacía ya más de dos que Jesús había vuelto a "la casa del Padre", dejando a sus seguidores el Espíritu Santo. La iglesia se había organizado bajo el entusiasmo de los apóstoles y pronto fue necesario nombrar a algunas personas para que colaboraran en la atención de las personas que se iban sumando al movimiento, la gran mayoría de ellas gente humilde y de pocos recursos. Todo se ponía en común y era necesario administrar equitativamente la ayuda.
Hechos 6 nos cuenta cómo se nombraron a siete ayudantes. Entre ellos estaba Esteban, un joven contemporáneo de Jesús y que quizá incluso lo haya conocido, como lo sugiere el obispo Sante U. Barbieri en su novela sobre Esteban. No sabemos el origen de Esteban pero de lo que se nos cuenta de él podemos deducir que era un hombre estudioso, muy inteligente, sabio y muy conocedor del Antiguo Testamento una persona intelectual, que hablaba muy bien en público y que tenía un gran carisma. Una persona que, poco a poco, fue ganando un espacio importante en el mundo religioso de Jerusalén, pero no por ambición sino por su testimonio, por su manera de vivir y expresar la fe, por tratar de vivir en la práctica lo que le dictaban sus convicciones. Esteban, un hombre lleno de Dios, un hombre con visión y con un claro sentido de la misión. No se limitó, como el resto de sus compañeros (más adelante puede verse en Felipe a un seguidor de su ejemplo), a cumplir con la importante tarea que le habían asignado sino que acompañó la diaconía con la predicación de un nuevo mundo, el mundo querido por Cristo, un mundo para todos y no sólo para los judíos. Esteban ayudaba y predicaba, consolaba y hablaba de Jesús, visitaba y llevaba la buena noticia de la salvación en Cristo, atendía a los pobres y también iba a debatir a las sinagogas. Vivía su fe en toda su dimensión.

Muchos fariseos se sentían molestos porque una persona del nivel académico de Esteban se rebajaba a ocuparse de tareas sociales y porque con su humilde trabajo de atender a los necesitados llevaba felicidad a los sencillos. Con su trabajo se hacía respetar y querer y la noticia de Jesús se iba extendiendo. Esteban predicaba y hacía que todas las profecías señalaran a Jesús como el Mesías (o el Cristo, cuando hablaba en griego). Ese Jesús había venido al mundo a traer la buena noticia de Dios, habia muerto para perdón de todos los pecados y resucitado para dar esperanza a cada persona que creyera en él.
Esto era inaceptable para los fariseos. Para ellos el camino de Dios estaba claro: había que pertenecer al pueblo de Israel y cumplir estrictamente con la ley, como lo hacían ellos.
Los mensajes eran incompatibles: o lo nuevo destruía lo viejo o lo viejo destruía lo nuevo. Esteban lo sabía y lo sabían los fariseos.
Intentaron discutir públicamente con él, pero su sabiduría (que venía del Espíritu Santo) era mayor que la de ellos y perdieron el debate. La gente estaba con Esteban y muchos se convertían al nuevo camino.

Comenzó entonces la farsa que terminaría en la muerte del primer diácono de la iglesia: los fariseos, llenos de envidia y odio, temerosos de perder su posición de privilegio y autoridad frente al pueblo judío, compraron testigos, pagaron coimas, incitaron al engaño, tejieron mentiras, acudieron a la justicia parcializada de los setenta y un jueces del Sanedrín, fomentaron un castigo inmerecido y, finalmente, llegaron al asesinato. Aquellos procedimientos que los fariseos utilizaron contra Jesús (el alboroto orquestado, las intrigas callejeras, las alianzas oportunistas) vuelven a salir a la luz ahora que la historia del maestro de Nazareth comienza a ganar adeptos.

Es muy probable que entre quienes debatieron con él y luego lo juzgaron estuviera el que luego sería el gran apóstol, Pablo de Tarso. Pablo era fariseo y fue miembro del Sanedrín. En el texto sólo aparece cuidando las ropas de los que ajusticiaron a Esteban, pero es muy posible que haya sido parte de todo el proceso desde el mismo inicio. [Un dato: cuando Pablo habla a los atenienses, a los pies del Partenón, recuerda palabras dichas por Esteban en su discurso al Sanedrín: «Dios no vive en templos hechos por los hombres».]
Ese día, el cuerpo muerto de Esteban, dió inicio a la triste y absurda historia de los mártires de la iglesia.

Pero, Esteban no tuvo temor, no vaciló en hablarles a los que lo estaban juzgando de las profecías que señalaban a Jesús y no dudó en desenmascarar la hipocresía de aquellos que habían traicionado y asesinado al Mesías enviado por Dios. Su testimonio está cargado de convicción, de valor y de fe. Y aún sabiendo que la muerte sería el precio de su fe en Jesús, Esteban no renegó de su Señor y habló abiertamente de él.
Quisiera mencionar dos cosas interesantes del testimonio de Esteban (prefiero llamarlo así que llamarlo defensa, ya que Esteban NO intentó defenderse):

a) apela en su discurso a personajes de la historia de Israel que se caracterizaron por haber obedecido el llamado de Dios a salir del lugar en el que se habían establecido, personajes que se movieron, que no se mantuvieron estáticos, que vivieron una fe asociada al dinamismo, una fe vinculada al camino (Abraham, Jacob, José, Moisés, Josué, los profetas...).

b) dice que Dios no habita en templos hechos por manos, atacando de raíz al lugar más sagrado para la fe judía.
En la construcción de su discurso Esteban acusa a los fariseos de ser defensores de una fe rígida, quieta, de ser los que históricamente desobedecieron, persiguieron y mataron a los profetas, apartándose concientemente de la voz de Dios. Es lógico que los fariseos no quisieran oír de Jesús, porque Jesús amenazaba su muy cuidada y ordenada religión, invitándolos a una aventura desconocida, porque Jesús se oponía a una fe centrada en el templo, porque Jesús predicaba un nuevo camino, una nueva alternativa al orden de los legalistas.
Esteban fue asesinado por decir todas estas cosas, por haber dejado que Dios hablara más allá de sus posibles vacilaciones o temores. Y murió en los brazos de Dios, más allá de las piedras que lastimaban su cuerpo, más allá de las caras furiosas de sus verdugos, más allá del dolor y del miedo y del rencor. Murió como debe morir un creyente, en paz, confiando en su Señor, orando y -siguiendo el ejemplo de Jesús- pensando todavía en los que quedaban, pidiendo perdón por ellos. ¡Qué tremendo ejemplo!

Después de la muerte de Esteban empieza otro capítulo triste comenzó una feroz persecución de cristianos (8:1b y 11:19) que duró casi un año. Esa represión de los seguidores de Jesús estuvo a cargo de Pablo, un hombre carcomido por el resentimiento y un odio implacable. Los que eran sospechados de pertenecer al nuevo movimiento eran obligados a maldecir a Jesús. Si no lo hacían eran encarcelados o condenados a diversas formas de muerte. Y Pablo era el hombre que llevaba adelante estos procesos. Un hombre que, sin embargo y a pesar de su férrea oposición a Jesús, no olvidaba las palabras de aquel que, a las puertas de la muerte, puso su vida en las manos de Dios y pidió perdón por sus asesinos. Como dice San Agustín: «la iglesia le debe a Esteban el haber ganado a Pablo».

Preguntas

1. ¿Qué es lo que más nos impresiona en esta historia de Esteban?

2. De Esteban se enumeran varias cualidades en el relato. ¿En qué actitudes, en qué modo de vivir puede percibirse que una persona vive, como Esteban, "en el Espíritu"? Ver las definiciones que Lucas hace de Esteban en el texto. Ver también 22:20.

3. ¿Encontramos esas manifestaciones en nuestra vida?

4. Esteban fue alguien que se jugó. ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a "jugarnos" por nuestra fe en Jesucristo? ¿Llegaríamos al punto de entregar la vida si fuera necesario?

5. ¿Por qué cosas creemos que vale realmente la pena darse por entero?

6. La oposición entre legalismo-fe rígida y una fe que es movimiento, camino, aventura, ¿sigue estando presente en nuestro tiempo? ¿De qué forma está presente?

7. San Agustín dice que la oración (y la actitud) de Esteban ganó a Pablo. ¿A quienes logramos “ganar” nosotros con nuestras oraciones/actitudes? ¿Cómo influye nuestra fe en la vida de otros que no son creyentes? ¿Buscamos transmitir nuestra fe o la escondemos?

8. Otros comentarios.

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