Entonces Dios me dijo: ver para creer

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Volví a ver a Dios el otro día. Lo vi "¡sentado en la iglesia!" esperando que empezara el culto.

- Qué gusto verte, le dije en voz baja. Hay que hablar en voz baja en la iglesia porque se puede despertar la gente.

- No te hagas el gracioso, dijo Dios. Vos sabés que acá es donde se supone que tengo que estar.

Le dije:

- Sí, pero no esperaba verte sentado precisamente aquí.

- Vine para ver en qué andan, dijo. Además, de vez en cuando me gusta cantar un rato.

Así que miramos los números de los himnos en el anunciador y hojeamos rápidamente el himnario.

- Ninguno de esos está entre las diez canciones más populares, dijo Dios. Vamos a dar una vuelta.

- ¿Cómo?¿Ahora?, dije.

- ¿Por qué no?, dijo Dios, un poco de aire fresco nos va a venir bien. Vamos.
Salió caminando adelante mientras varias señoras nos miraban con la cara tiesa.

- Respirá un poco este aire, dijo Dios, los dos parados afuera, tomando sol. Olor a pasto mojado por la lluvia, vapor que sube de las plantas, perfume de la tierra, aroma de las flores.

- Muy poético, dije. Pero ¿qué hago con mi conciencia?

- ¿Qué pasa, dijo. ¿Te sentís culpable?

Dije:

- No, por supuesto que no... bueno, no, bueno... sí, supongo que eso es lo que me pasa. No me siento bien haciéndome la rabona.

- Te hace pensar, ¿no?, dijo. Tener razones para salir te hace buscar motivos para quedarte adentro.

- Pero yo siempre he asistido a la iglesia, le dije. Pensaba que era lo que vos querías: adoración, oración, obediencia...

- Seguí, dijo Dios.

- ¿Qué más hay?, dije.

- Bueno, ¿no esperás obtener algo?, preguntó.

- Bueno, sí, por supuesto, dije, comunión, renovación espiritual, consuelo en tiempos de necesidad, tranquilidad de conciencia...

- Uuuh, eso sí que es hermoso, dijo Dios. Decilo todo de nuevo.

- ¡Estoy hablando en serio!, dije.

- Tonterías, dijo Dios. Ni siquiera sabés lo que estás pensando. ¿Qué esperás poner o sacar de la iglesia cuando no hacen otra cosa que gratificarse cantando coritos sentimentales y escuchando predicadores que regalan muestras gratis de cháchara religiosa?

- Pará un minuto, dije. Entonces decime vos a mí, si todo no es nada más que una gran pérdida de tiempo, ¿por qué me siento
tan incómodo por no ir?

- Has abierto una brecha en la seguridad de un hábito acostumbrado, dijo.

- Y vos rellenaste la abertura con la culpa, contesté.

- Te sentís culpable por descuidar tu tradición, dijo Dios. Yo no establecí ninguna tradición. Son sólo herramientas con las que trabajan los seres humanos para encontrar el camino hacia mí a través
de mi creación. Pierden el filo, y hay que afilarlas o se ponen viejas y hay que cambiarlas.

- ¿Qué estás tratando de decir?, le pregunté. No me siento seguro.

Entonces Dios dijo:

- Andá, entonces. Volvé adentro con tus amigos. Tiene su valor estar en un lugar donde la gente piensa lo mismo que vos pensás una pequeña comunidad donde tus talentos pueden ser usados y apreciados. En otras palabras, sentís que te necesitan, te levanta el ego.

- Hablás como si yo fuera a la iglesia buscando nada más que mi propio beneficio, dije. Daría lo mismo que fuera al club o al cine.

- Pero ¿de qué lado estas vos, entonces?, dijo.

- En realidad, no sabía. Es que me confundiste totalmente, dije.
Hablás como si asistir a la iglesia fuera un delito.

- Los delincuentes, dijo, agarran todo y no dan nada. Lo que vale es la intención. Como pasa con cualquier otra cosa, de la iglesia
podés sacar tanto como ponés.

- Dije: ¡Ahhhh.... ¡la colecta!

Pero él me miró como si no entendiera.

- Lo que quiero decir, dijo Dios por fin, el tiempo, la energía, el trabajo y el descanso que uno dedica a los demás, de todo lo cual el dinero es sólo una muestra, una señal.

- Pero yo pensaba que la iglesia era tu lugar especial, dije.

- No, si no les ayuda a ustedes a verme en otros lugares: la chacra, el negocio, el parque de juegos, la fábrica, el subterráneo, el jet transatlántico, el monoblock de departamentos, el suburbio sucio, la suite ejecutiva...

- Despacio, dije. Despacio. Te podés lastimar.

- Se pueden engañar, pensando que me han visto en la iglesia, y pasar al lado mío en la calle sin verme.

- Pero tengo que ir a la iglesia, dije, o me voy a olvidar a quién estoy buscando.

- Mi cara es la cara de las necesidades humanas, dijo Dios. Fácil de reconocer. Hay muchas, y la tuya es una de ellas. Andá. Volvé a entrar. Pero tené cuidado de no pensar que la única virtud está en lo que vos hacés por lo demás está también en vos cuando sos lo suficientemente confiado y humilde para dejar que hagan algo por vos.
Volvimos a entrar. Miré a la gente, arrodillados, sentados, descolgados, mirando, en distintas actitudes de oración.

Dije:

- Bueno, aquí estamos, Dios: unos cuantos seres humanos comunes y corrientes, con todas nuestras buenas intenciones y todas
nuestras falencias. ¿Qué tenemos que hacer?

Se sonrió.

- Lo saben demasiado bien, dijo. Lo tienen todo por escrito.

- ¿Y?, dije.

Me guiñó un ojo y zapateó unos pasitos en el vestíbulo.

- Me voy a subir ahí y les voy a mandar unos tiritos, dijo.

Así que se paró detrás del púlpito, abrió la pesada Biblia negra y leyó: Buscad y hallaréis, pedid y se os dará, llamad y se os abrirá. La gente asentía con la cabeza con gran solemnidad, como si entendieran cada una de las palabras. Entonces les apuntó con uno de sus enormes dedos y les advirtió:

- Nunca jamás piensen que ya me han
encontrado totalmente. Sigan buscándome.

El problema es que cuanto más uno llega a conocerlo, más se pregunta cómo es en realidad.

Título original: So God said to me (Capítulo 15, Seeing is...)

© Richard Adams

Guiones para Anglia Television, Gran Bretaña, 1978, autorizados exclusivamente para la Red de Liturgia y Educación Cristiana CLAI- CELADEC por el autor, mayo 2002. Traducción y adaptación: Pablo Sosa © Red de Liturgia y Educación Cristiana CLAI-CELADEC

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