Enséñame, Jonás

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Enséñame, Jonás, pero no a huir
ni a renegar por enramadas secas.
¿Adónde huirás del Dios que va contigo
si a donde vayas sin querer le llevas?
Y si la calabaza se ha secado,
busquemos mejor sombra en una higuera.

Enséñame, Jonás a ser valiente:
<< Yo soy culpable, echadme a la tormenta
para que el mar se calme y tengáis vida,
y a mí que Dios me lleve donde quiera. >>
Un submarino vivo irá al rescate
y nos traerá a la abandonada senda.
Abajo, en lo profundo de las aguas,
humillada, por fin, nuestra soberbia,
la voluntad rendida, consagrados
a la dura misión que Dios nos muestra.

Enséñame, Jonás, esa plegaria
de adoración, confianza y obediencia.

Enséñame, Jonás, pero no el odio.
¿Qué Nínive es idólatra y perversa?
Tú y yo, Jonás, tenemos un mensaje
que Dios nos ha confiado para ella.
Dame tu verbo rápido y conciso,
tu voz adamantina y verdadera,
para que aquel que mi advertencia escuche
en polvo y ceniza se arrepienta.
Que yo doy voces y mi voz se pierde
en la expansión de una ciudad desierta.
Y cuando nuestra Nínive podrida
vuelva a Dios su mirada plañidera
y Dios derrame, como sabe hacerlo,
misericordia y gracia sobre ella,
entonemos tú y yo sus alabanzas
caminando gozosos nuestra senda
de ciudad en ciudad, de choza en choza,
para evangelizar de puerta en puerta.


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