El ofertorio

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La mayoría de nuestras tradiciones litúrgicas tienen cierta
dificultad en lidiar con el ofertorio (u ofrenda, ndt).
Algunas prácticas litúrgicas actuales lo omiten por
completo. Otras lo realizan tímidamente o en forma poco
expresiva. Eso tal vez se deba a la falta de entendimiento
respecto de este elemento litúrgico.
Conociendo un poco acerca de su origen, podremos ser
ayudados a trabajar mejor con él en la liturgia.

El ofertorio es uno de los elementos que se consideran
imprescindibles en la liturgia. Los primeros cristianos
expresaban, a través de la práctica del ofertorio, que el
discipulado cristiano implica servicio, amparo mutuo,
solidaridad. Por varias décadas, loa celebración de la Cena
del Señor se realizaba en el contexto de una cena
comunitaria, denominada ágape. Ella era preparada con los
alimentos que la comunidad traía. El objetivo era lograr una
verdadera comunión de mesa, una comunión a la cual todos
llegaban en la condición de recipientes y dadores, sin
importar la cantidad que cada quien hubiese traído. Mujeres
y hombres, patrones y empleados, ricos y pobres, todas las
personas se reunían en torno de una misma mesa. De esa
forma, las personas más pobres eran suplidas y dignificadas.
Esa práctica espontánea de las primeras comunidades fue
cristalizándose poco a poco en un rito y ese rito llegó a
tener un lugar específico en la liturgia, recibiendo la
denominación de "ofertorio".

Pero, no sólo las personas presentes en la reunión del culto
eran beneficiadas con la comunión practicada por los
cristianos. Porque, además de los alimentos, las personas
cristianas llevaban también otros bienes para ser
compartidos: ropas, cobertores, calzado y dinero. Con esas
ofrendas, la comunidad cristiana socorría a las personas
necesitadas. Sostenía a huérfanos y huérfanas, amparaba a
las viudas, alimentaba a los hambrientos, ejercitaba la
hospitalidad para con los forasteros y los viajantes,
sepultaba a los que fallecían, visitaba y proveía lo
necesario para los presos y los enfermos, y obraba
concretamente en casos de calamidad (como en los casos de
pestes). De esa manera, el ofertorio estaba anclado en el
centro del culto, pero sus efectos traspasaban largamente
los límites de aquel evento.

Todo este acto de compartir no acontecía por acaso y de
forma eventual. La diaconía no es una opción para la iglesia
cristiana. Es condición. Asistir a las personas necesitadas
era entendido como una prolongación de la fe y del culto
(Santiago 1:27; 2:15-17). Toda esa acción de las comunidades
cristianas se transformó en testimonio elocuente para las
personas no cristianas y en desafío para el estado, ausente
y no previsor.

De este modo, el ofertorio era un espacio de gran
participación de la comunidad dentro del culto. Hasta el pan
y el fruto de la vid, que después eran consagrados para la
Cena del Señor, eran hechos y ofrendados por personas de la
comunidad.

La práctica del ofertorio señala algunos aspectos
fundamentales del ser-cristianos:
1. Las personas cristianas son, en primer lugar, receptoras
de la bondad y generosidad de Dios. De este modo, el
ofertorio siempre será una acción-respuesta a la acción
primera, que es divina.
2. Las personas cristianas no viven solas sino que saben que
hay otras personas a su alrededor. Ellas forman una familia,
compuesta de hermanos y hermanas en la fe, que están lado a
lado en comunión de mesa (¡Dios no tiene hijos únicos!).
Las personas cristianas se acercan a la mesa como familia de
hijos e hijas de Dios. No vamos a al Cena como individuos
aislados, cada cual para garantizarse un beneficio
particular.
3. Dios espera que sus hijos e hijas compartan lo que
recibieron, cada cual de acuerdo a sus posibilidades.
Involucrarse concretamente con las necesidades de las otras
personas, solidarizarse, repartir es el compromiso de los
hijos e hijas de Dios. Compartiendo sus bienes en el
ofertorio, la persona expresa que está dispuesta a asumir
ese compromiso.
4. Es de la mesa de comunión, en al Cena, que la comunidad
cristiana recibe su autorización y su envío para el
servicio. Reuniendo lo poco y lo mucho que cada cual
ofrenda, la comunidad dispone de recursos para socorrer,
amparar, apoyar, demostrar concretamente el amor para con
personas que están en situación de necesidad.

El lugar del ofertorio en el culto cristiano es en la
Liturgia de la Eucaristía, junto con la preparación de la
mesa para la celebración de la Cena del Señor. En esa
comunión de mesa todas las personas son igualmente
receptoras y dadoras. Ellas participan de la mesa común, en
el pan y en el vino reciben la entrega del mismo Jesús, son
agraciadas y saciadas por Dios. La comunidad se llega a la
mesa como familia que está dispuesta a donarse y a dar su
contribución concreta en favor de otras personas. Y todo eso
acontece en el espíritu que permea toda la Liturgia de la
Eucaristía, a saber: el espíritu de Acción de Gracias.

Traídas las ofrendas a la mesa del Señor, sigue la oración
del ofertorio. Esta agradece al Dios dador y entrega las
ofrendas en sus manos para que él las use en favor de las
personas necesitadas. De este modo, la oración del ofertorio
realiza algo singular: es de las manos de Dios que las
personas necesitadas reciben las dádivas, y no de la mano de
personas nominales.
De todo esto se desprenden dos consecuencias importantes:
1. El ofertorio no es y no debe tornarse un espacio para
levantar recursos para la propia comunidad local, como
organización. El ofertorio es el lugar litúrgico para que la
comunidad cristiana ensaye y ejercite la solidaridad
cristiana con las personas necesitadas y recuerde su
compromiso de compartir. Es incoherente que la comunidad,
como organización, retenga las dádivas del ofertorio para su
propio beneficio.
2. Hay muchas formas de realizar el ofertorio. Por lo tanto,
deberíamos superar la forma de depositar las ofrendas en el
gazofilacio (aquella caja ubicada junto a la salida de la
iglesia), luego de finalizado el culto. Realizar el
ofertorio en su legítimo lugar litúrgico, junto con la
preparación de la Cena del Señor, ayuda a la comunidad
cristiana a entender que el acto de ofrendar y de socorrer a
las personas necesitadas está anclado en el culto, y debe
permanecer así para preservar el carácter específico de la
diaconía cristiana.


Tomado de la Revista Tear, editada por la Escola Superior de
Teología de Sao Leopoldo (Brasil)
www.est.com.br
Sissi Georg Rieff, diaconisa de la Igreja Evangelica da
Confissao Luterana no Brasil
Trad: G. Oberman, Coordinador Red de Liturgia del CLAI

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