El madero - Devocional para Cuaresma

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Los cristianos me imaginan cedro, sándalo, acacia o pino y apenas era un pobre madero semipodrido.
Un rezago tirado en cualquier lugar de Jerusalén que la soldadesca transformó en cruz.
Eso si, era grande. Lo suficiente como para sostener un cuerpo exánime.
Fue un toma y daca primero él me cargó por las calles, después yo lo cargué a él durante casi todo un día.
Impresiona ver como la gente se enloquece con la sangre.
Se exaltan, gritan, escupen, ríen, lloran
después piden más sangre, tiran piedras, saltan para ver.
Al final cansados se vuelven a sus casas
para contar el espectáculo y dormir
con la tranquilidad de un bebé recién amamantado.
Me dio pena que mis astillas lastimaran más
su espalda llagada por los latigazos impunes me dio pena los clavos atravesándolo y atravesándome
me dio pena que apoyara su cabeza sobre mi cumbrera apenas unos instantes de fatiga
el cansancio lo obligaba a inclinarse hacia los costados.
Pude sentir su respiración entrecortada,
la tos suave y constante, la piel tirante, sudado de dolor.
Escuché los latidos de su corazón. Sufría.
Sí, sufría. El universo entero sufría con cada latido toda la creación latía al unísono, hasta mis pobres astillas podridas se acompasaron.
Aunque apenas soy un pedazo de madera infame sé lo que es el sufrimiento.
Aún me vibra la duda si él sufría o si en su lugar sufría el mundo entero.
Sentí alivio cuando murió. Pensé: "Pobre, dejó de sufrir."
Lo recogieron al anochecer, mujeres llorosas, con silencioso cariño lo envolvieron en un lienzo ordinario que lo abrazó callado.
Yo quedé allí esperando el fuego purificador.

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