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El impacto del coronavirus

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La crisis sanitaria que estamos viviendo deja en evidencia la imposibilidad de cerrar las fronteras de nuestras sociedades. Temas como la polución, el calentamiento climático con sus consecuencias, para citar solo dos ejemplos, nos lo recuerda a diario. La presencia del coronavirus se agrega a esta realidad. Todos los días los medios de comunicación nos informan con bastante detalle acerca de las personas afectadas, el número de muertos de cada país y las consecuencias políticas, económicas y vinculares de esta crisis que estamos viviendo. Con la imposibilidad o limitación para salir de la casa se borra la presencia física del otro, la conversación desaparece en beneficio de una comunicación sin cuerpo, sin contacto y aun sin voz (salvo amplificada por el celular o la computadora). Con excepciones, ya no hay comunicación cara a cara, salvo con los convivientes. El confinamiento aumenta el apego al celular.


La vulnerabilidad está puesta en el cuerpo, lugar de la amenaza, donde se ubica la enfermedad y la muerte. Hay un temor al contacto, donde el cuerpo debe ser lavado, purificado a cada rato. No hay lugar para besos y abrazos en los limitados vínculos que se sostienen a distancia por miedo al contagio. Las medidas de confinamiento para no contaminar ni ser alcanzado generan una reclusión necesaria y eliminan, con excepciones,  casi totalmente, el espacio público. La separación es física, pero no necesariamente afectiva. Cuesta recalificar y recalcular este nuevo escenario. Con más de la mitad del globo encerrada en cuarentena se modifican hábitos y costumbres sin distinción de geografías y culturas. 


La calle se ha vuelto extraña agobiada por el silencio. La gente tiene temor al acercarse a una fila, pánico si alguien tose y para muchos un acto cotidiano como hacer las compras se ha convertido en una aventura estresante. La tragedia arrasó con muchas de nuestras costumbres y hasta nuestro hogar se ha vuelto extraño en más de un sentido.


El confinamiento con la pareja o la familia no siempre se asume con comodidad. Suele ser fuente de tensión el vivir el día completo.  En ese sitio de encierro el aburrimiento amenaza, hace rumiar nuestras preocupaciones, inquietarnos por nuestra gente querida y preguntarnos con ansiedad por las próximas semanas, y por el mundo del después. El maltrato con la pareja y los hijos puede ser una consecuencia. En tiempos de cuarentena  aumentó la violencia contra mujeres en casi todos los países con esta enfermedad. En China se elevaron los casos de divorcios durante el encierro, en Argentina aumentaron las consultas con especialistas. A los niños pequeños les cuesta entender la razón del encierro. La pandemia y la cuarentena agravan los problemas de insomnio.


Redescubrimos con asombro el valor de las cosas que no tienen precio: el simple hecho de desplazarse a otro barrio, de recorrer lugares abiertos,  de encontrarse con amigos, de tomar un café en una confitería, ir a un cine o a un teatro, a una librería… Una cierta banalidad, que envuelve estos comportamientos cotidianos, encuentran hoy una dimensión de sacralidad, un valor infinito. Se restablece una escala de valores que estaba banalizada por nuestras rutinas. La privación vuelve deseable lo que estaba dado sin siquiera pensarlo. El hecho de compartir una mesa en la casa era tan obvio que no se percibía como un privilegio.


El aprendizaje  en la era del coronavirus

La pregunta es ¿cuál es el significado que habremos de darle a este tiempo? Uno puede decidir entrar por el camino del miedo o de la bronca, privilegiando estos sentimientos. El miedo, en cierta dosis, no es necesariamente malo, nos hace tomar medidas ante los peligros, pero puede hacer estragos en la persona si se convierte en una obsesión que nos inunda y nos paraliza, la bronca puede venir de la restricción de la vida cotidiana en que la crisis nos ha descolocado. Las crisis dejan ver lo mejor y lo peor de nosotros. 


Pero también podemos entrar por el camino de la oportunidad para el crecimiento y el aprendizaje en la certeza que toda persona y toda situación tiene el potencial de enseñarnos algo, ¿abordaremos  esta crisis del coronavirus con el deseo de aprender de ella? ¿estaremos atentos a la voz del Señor  que nos invita a algún camino que debemos recorrer o algo de nuestra vida que debemos corregir? ¿Deberemos desarrollar algún sentimiento o algún vínculo que tenemos postergado? Pablo decía que “sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas los ayudan a bien”(Romanos 8: 28). No dice que todo sea bueno, pero sí que cada experiencia debería ser vista también en su costado positivo para que actúe para el bien y el crecimiento de nuestra vida. Del encierro podemos salir debilitados o fortalecidos.


Algunas cosas ya podemos estar aprendiendo, una de ellas es que el ser humano es más frágil de lo que parecía. Parecía no asustarle demasiado  ni la contaminación de las aguas, ni la extinción de miles de especies,  ni la  temperatura global. Pero este hecho del coronavirus pegó muy fuerte a la supuesta omnipotencia humana. Creyéndose un bicho sagrado se topó con otro bicho que pudo ser un murciélago o Dios sabe cuál. No por nada, algunos autores, aun alejados de la fe, asocian lo que está sucediendo con el Arca de Noé, diciendo algo así como que “el Arca de Noé llegó como no lo esperábamos”. 


Esta travesía sanitaria nos hará pasar en algún momento por la noche, por el duelo, por la angustia, por el miedo. Estamos en un cruce de caminos, las posturas políticas serán determinantes: la crisis sanitaria puede engendrar un impulso humanista, una mayor preocupación ecológica por el planeta, una inquietud social para luchar contra las desigualdades y las injusticias. Veremos lo que sucede.


Cuidémonos mucho, tengamos en cuenta los mensajes que nos llegan de los profesionales vinculados al tema y a la gente que solemos consultar, pero hagámoslo con paz. Es importante que en medio de la crisis se afirme nuestra fe y nuestra esperanza en que lo mejor está por venir. Que el coronavirus no nos quite la alegría de vivir y de ser sostenidos por Jesús: “en tus manos, Señor, en tus manos… siempre estamos”.

Pastor Hugo N. Santos

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