El gallo cacarulo

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Esta es una historia que sucedió alguna vez, en un tiempo en el que las cosas no eran como ahora.

Y, como todo historia, ésta también empieza diciendo: “Había una vez…”.

Había una vez… Había una vez… un gallo.

Pero, este no es un gallo cualquiera. ¡No señor! No es un gallo de esos que uno ve que hacen cosas de gallos.

Este es un gallo lindo, un gallo simpático, un gallo inteligente.

Bah, entonces no es un gallo, me dirán ustedes.

Pero sí, es la historia de un gallo. Y para que vean que es cierto, se los voy a presentar.

¿Quieren que les presente al gallo? Ahí viene el gallo… (entra el gallo)

¿Ven? ¿Ven que sí es un gallo? Y, ¿ven que es lindo…? ¿Ven que es simpático? (el gallo hace las mímicas de todo lo que se va mencionando de ahora en más)

En realidad, lo único que no tiene de simpático es el nombre, pero… nadie es perfecto.

Nuestro amigo se llama Cacarullo, porque canta como … como un gallo.

Cantate algo, Cacarullo. (el gallo hace un estruendoso kikirikí)

Bueno, sigo con la historia.

Aunque yo les digo que no era un gallo cualquiera, hacía las galladas que hacen todos los gallos. ¡Pero, las hacía con una gracia!

Cuando se rascaba, lo hacía con elegancia.

Cuando cantaba por las mañanas, lo hacía con estilo. (otro kikirikí)

Cuando corría, parecía un bailarín.

Cuando comía, era todo un señor.

Y hasta cuando dormía, tenía un ángel especial.

Sin embargo, a pesar de todas estas cualidades, el gallo simpático no era un gallo feliz.

Sus alas caídas no mentían y sus ojos tristes hablaban más que cien kikirikís.


El gallo de nuestra historia vivía en un gallinero grande y aburrido. Un gallinero en el que, para él, nunca pasaba nada y en el que cada día era más infeliz.

Hasta que un día, de repente, mientras iba haciendo sus gallinadas por allí, escuchó la voz de alguien que se acercaba. (la nena entra en escena desde atrás, lentamente)

Al principio, el gallo sintió miedo, porque en ese gallinero nunca se habían escuchado voces como esas. Solamente soplaba el viento y cacareaban las gallinas y kikiriqueban los gallos.

Así que, por las dudas, el gallo se zambulló (se esconde con un movimiento aparatoso detrás de alguna planta) detrás de unos matorrales y esperó…

Pero la voz se acercaba cada vez más… y más… y más… (la nena con el pasacassette pegado a la oreja se va acercando desde el fondo del salón) ¡Hasta que estuvo ahí nomás!

El gallo tenía unas ganas locas de salir corriendo y desaparecer. Pero, de a poco el miedo dio paso a la curiosidad. Porque esa vocecita que se acercaba era muy especial.

El no lo sabía, pero quien se acercaba a los saltitos era una niña, que había ido unos días al campo porque en la ciudad, donde ella vivía, todo era tan aburrido. Bah, decía ella. Nunca pasaba nada. En cambio, el campo, ¡eso sí que estaba bueno! Eso era vida, eso era divertirse, eso era pasarla bien. ¿Quién se podía aburrir en un campo? Si ni el grabador hacía falta (deja el grabador en el suelo)

La nena iba corriendo por el sendero, cazaba mariposas, saltaba, jugaba… Reía, con sus pecas al sol de la tarde. Y de puro curiosa, se fue acercando al gallinero.

Hasta que, de pronto, se detiene casi sin aliento (se queda súper quieta). Detrás de unos matorrales unos ojos grandoooootes la estaban mirando fijamente (el gallo se asoma entre las hojas). No se desmayó porque no se podía desmayar en el cuento, ¡pero tenía unas ganas! Las piernas no le daban para correr y la voz no le alcanzaba para gritar. Así que se quedó así, como una estatua.


Ahí estaban los dos, mirándose con desconfianza y temor. El gallo aburrido del gallinero y la nena aburrida de la ciudad. Los dos como estatuas. Los dos mudos. Los dos mirándose fijamente.


El gallo fue el primero en animarse y dar un paso. (sale de detrás de la planta y se acerca) Pero sólo uno… Y ahí se quedó.

La nena, que ya se estaba recuperando del susto, empezó a decirle: (en este momento, ambos tienen que hacer gestos de estar gritándose)

- Si serás… Si serás… Si serás GALLO. Me diste un susto que casi me muero.

- Pero, es que yo no quería asustarte, le dijo el gallo. Yo también tenía miedo.

- Gallo feo, le dijo la nena.

- Nena fea, le dijo el gallo.

- Gallo terco.

- Nena chueca.

- Gallo tozudo.

- Nena malcriada.

- Gallo … ¡gallo!

- Y si, soy un gallo. Y estoy cansado de ser gallo y hacer cosas de gallo y vivir una vida de gallo en este gallinero sin futuro. ¡Qué lindo debe ser poder vivir en un lugar donde pasan cosas…! ¿Vos de dónde venís? (se acerca un poco más, pero todavía hay distancia)

- Yo soy de la ciudad de Mar del Plata, del glorioso Centenario.

- Uy, qué bueno debe ser eso… Ahí sí deben pasar cosas, ¿no? No como acá…

- Si… Cosas. ¡Cosas pasan en Centenario! Pero mi vida es un desastre, Tengo que ir a la escuela ¡y todos los días! (gesto de fastidio) Las maestras del Club de niños de la iglesia te hacen hacer más tarea… (señala a Leti o a Clau) En el barrio no te dejan jugar en la calle, en casa a veces te pegan, algunos chicos tienen que ir a trabajar, otros se enferman y no tienen lugar en los hospitales… Cosas pasan, sí. Pero para mí, este campo es el mejor lugar del mundo. El aire es puro, hay lugar para correr y jugar y soñar y todo es taaaaan lindo. Hasta tu gallinero es precioso….

- ¿Te parece?, le dijo el gallo, mirando con desconfianza la suciedad del gallinero. (pone cara fea o se tapa la nariz con el ala)

De a poco el gallo se fue animando (se acerca) y se acercó a la nena, se sentó junto a ella y empezó a contarle las penas de su vida…

- Esto de ser gallo no es fácil. Cada día tiene la misma rutina. Que pararse cada madrugada en el mismo poste a cantarle al mundo que el día ya empezó (el gallo se sube a una silla y moviéndose ostentosamente, ejecuta su mejor kikirikí). Después, hay que salir a recorrer el gallinero (se pasea entre la gente un poquito) cuidando que todas las gallinas y los gallitos estén bien, que los zorros no se roben los huevos, que no falte el maíz ni el trigo. Si aparece alguien que se quiere hacer el vivo con mis gallinas, hay que hacerle saber quién es el dueño del gallinero (saca corriendo a Ruben o alguna otra persona conocida). Y luego me doy un baño en la fuente del medio del patio (chapotea un poco), picoteo un poco para matar el hambre (se come unas regias manadas de maíz que hay en un plato) y, cuando todo pasó, me duermo una siesta (se acuesta de manera graciosa).

(levantándose) Esa es mi vida. Triste y aburrida, como toda vida de gallinero.

Así, el gallo y la nena, infelices los dos, siguieron charlando un rato largo, largo. Hasta que el sol empezó a vestirse para dormir.

- ¿Sabés qué, gallo?, dijo la nena. Creo que después de haber encontrado a un amigo como vos, voy a aprender a disfrutar más de las cosas. No todo es lo que parece en la vida. Y a veces hace falta abrir los ojos para poder apreciar y disfrutar mejor las cosas que Dios pone a nuestro alrededor. (se levanta y le extiende la mano)

- (toma la mano de la nena) Y yo, dijo el gallo, después de haber charlado con vos, creo que voy a empezar a ser un gallo más feliz. No es tan malo ser gallo en este gallinero, después de todo. (hace un kikirikí bien fuerte y mueve la cola de manera graciosa)


Es que en la vida, amiguitos y amiguitas, no hay mejor manera de ser feliz que encontrando a alguien con quien poder compartir las cosas que nos pasan (el gallo y la nena salen del salón de la mano o abrazados), aprendiendo a disfrutar de las cosas y dando gracias SIEMPRE por todo, aunque –de a ratos- nuestro pequeño mundo se parezca a un gallinero…

Y colorín colorado, este cuento seguirá andando…

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