el espiritu de la verdad
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EL ESPÍRITU DE LA VERDAD
Todavía podría deciros muchas cosas, pero aún no las podéis comprender. Pero cuando venga el Espíritu de la Verdad, os conducirá a toda la Verdad" (Juan, 16, 12)
Sobre estas enigmáticas palabras pronunciadas por Cristo en el Sermón del Monte, cabe realizarse una exégesis sobre tres aspectos doctrinales que nos revelan su significado y nos muestran que dicho significado está contenido en el propio Evangelio de San Juan.
1. El Espíritu Santo
El Antiguo Testamento se refiere en diversas ocasiones al Espíritu Santo, Espíritu de Fuego o Espíritu de Dios, diciéndose de Él que participó en la Creación y que impulsó a personajes a los que Dios designó para alguna misión concreta. Considerar que se trata de una fuerza o energía impersonal parece del todo erróneo, pues sus acciones denotan inteligencia, voluntad, coherencia, unicidad e inmutabilidad.
En términos generales, puede decirse que el Espíritu Santo se identifica con el mismo Dios, enfoque que aparece también en el Nuevo Testamento. Incluso en Mateo (28, 19-20) tiene un nombre común con el Padre y el Hijo, por lo que cabe decir que el Espíritu Santo, más que fortalecer a Jesús, se identificaría plenamente con Él en la doctrina cristiana (Padre, Hijo y Espíritu Santo son la manifestación trinitaria y metafísica del Dios Uno o Absoluto)
2. Profecías del Antiguo Testamento
Si nos remitimos al AT, vemos que al Mesías se le presenta en ocasiones como siervo sufriente (Isaías 52, 13 a 53, 12) y en otras como rey triunfante. Esto es precisamente lo que llevó a algunos sectores judíos (entre ellos la secta del mar Muerto) a creer en la venida de dos Mesías. El que moriría por los pecados del pueblo fue identificado con Jesús (Marcos 10, 45), identificación que también hicieron sus discípulos (Hechos 2, 22 ss.), con lo que se emplazaba el triunfo mesiánico absoluto a una segunda venida (advenimiento como juez del propio Cristo que es esperado por los observadores literalistas del Apocalipsis de Juan).
Sin embargo, la naturaleza anagógica y alegórica de la doctrina cristiana nos enseña que esto, como muchos otros pasajes de los Evangelios en realidad, no puede ser interpretado de manera literal.
Seguimos por tanto escrutando las Escrituras, y asistimos a la entrada de Jesús en Jerusalén el domingo de Ramos, entrada como Rey triunfante que relataran los cuatro evangelistas sagrados (Mateo, Marcos, Lucas y Juan), entrada que vino a producirse conforme a las profecías que muchos siglos antes dejaron escritas en el AT Zacarías (9, 9) y nuevamente Isaías:
"¡Oh, cuán hermosos son los pies de aquel que sobre los montes de Israel anuncia y predica la paz de aquel que anuncia la buena nueva [del griego euanguelion, término del que procede la palabra evangelio] de aquel que pregona la salud, y dice ya a Sión: Reinará luego el Dios tuyo, y tú con Él!. Entonces se oirá la voz de tus centinelas a un tiempo alzarán el grito, y cantarán cánticos de alabanza, porque verán con sus mismos ojos cómo el Señor hace volver del cautiverio a Sión. Regocijaos, y a una cantad alabanzas al Señor, ¡oh desiertos de Jerusalén! pues ha consolado el Señor a su pueblo, ha rescatado a Jerusalén. Ha revelado el Señor a la vista de todas las naciones la gloria de su santo brazo, y todas las regiones del mundo verán al Salvador que envía nuestro Dios." (Isaías 52, 7-10)
Resulta evidente desde un punto de vista teológico, por tanto, que en la figura de Cristo convergen las dos visiones mesiánicas: la de siervo sufriente, Salvador del mundo, y la de Rey auténtico, hijo de David por lo que no cabe pensar que cuando Cristo habló de la llegada del Espíritu de la Verdad se estuviese refiriendo al Espíritu Santo, del que él era encarnación, ni tampoco que estuviese anunciando la llegada de un nuevo Mesías ni siquiera la de él mismo bajo otra personificación, tal como veremos...
3. Evangelio de Juan
Para comprender a qué pudo referirse Jesús cuando en el Sermón del Monte nos habla de la futura llegada del Espíritu de la Verdad, lo primero que hay que considerar es el contexto evangélico en que tales palabras aparecen.
El Evangelio de Juan o cuarto Evangelio aparece dividido esencialmente en dos partes principales: el Libro de las Señales y el Libro de la Pasión o de la Gloria. Este último se inicia con el relato de la última Cena y narra la Pasión, muerte y resurrección de Jesús.
Tal como sostiene el historiador y teólogo César Vidal en su Enciclopedia de las Religiones, el Evangelio de Juan está "guiado por el propósito de llevar a la gente a la fe en Jesús como Mesías e Hijo de Dios, a fin de que mediante esta fe obtengan la vida (20, 31)". Asimismo, "el Logos joánico de Juan 1, 1 no es sino una traducción griega del término arameo Memrá, una circunlocución para referirse a Yahvéh en los targumim. Es Dios mismo el que se acerca, revela y salva en Jesús, puesto que éste es el "Yo soy" que se apareció a Moisés (Éxodo 3, 14 Juan 8, 24 8, 48-58)".
La redacción del cuarto Evangelio se atribuye a Juan, hijo de Zedebeo, a pesar de algunos autores modernos rechacen tal hipótesis. Sin embargo, si nos remitimos a las fuentes antiguas disponemos del Fragmento Muratoriano y contamos con el testimonio de Ireneo (citado por Eusebio de Cesarea en Hechos 5, 8, 4), que a su vez se basa en Policarpo, un discípulo del propio Juan. Así lo afirmó también Clemente de Alejandría, según transmite igualmente Eusebio de Cesarea en Hechos 6, 14, 17)
Independientemente de las especulaciones puramente historicistas, tenemos que Vidal dice:
"Por lo que se refiere a la evidencia interna, el Evangelio identifica al redactor inicial con el Discípulo Amado, o, al menos, como la fuente principal de las traducciones recogidas en el Evangelio. Si en la última Cena sólo hubieran estado presentes los Doce, obviamente el Discípulo Amado tendría que ser uno de ellos y, de hecho, existen algunos argumentos que favorecen tal posibilidad."
Varios son los argumentos de incontestable peso a este respecto, y quizá debamos quedarnos como los más concluyentes de ellos el hecho de que el autor del cuarto Evangelio conoce de manera cercana el ministerio galileo e incluso nos da información del mismo que no conocemos por otros Evangelios, y también el hecho de que el Evangelio de Juan se refiere al ministerio de Jesús en Samaria, algo natural si tenemos en cuenta la conexión de Juan, el hijo de Zedebeo, con la evangelización judeocristiana de Samaria (Hechos 8, 14-17)"
Además de estos argumentos, parece claro que la redacción del cuarto Evangelio fue anterior al 70 d.C., a pesar de que algunos autores modernos prefieran situarlo hacia el 90 d.C. Si nos atenemos a su cristología, a su trasfondo, a su ausencia de referencias a los gentiles y a la destrucción del Templo, existen poderosas razones para datar la redacción del Evangelio de Juan antes del año 70 d.C., fecha menos tardía de lo que algunos autores piensan.
Hay un hecho innegable: el autor del cuarto Evangelio es el mismo que el de las tres Epístolas de Juan que figuran en el NT, resultando ser la primera de ellas una guía interpretativa del Evangelio destinada a evitar que el mismo se leyera el clave gnóstica. ¿Qué implica esto además de una razón para su aceptación como canónico a pesar de su cualidad eminentemente esotérica? Muy sencillo: su alejamiento de influencias de las diversas herejías gnósticas que buscaban presentar una enseñanza y una vida de Jesús secretas. Porque si bien la doctrina cristiana es en esencia esotérica, en tanto su transmisión estuvo reservada en sus orígenes a un círculo de iniciados, debemos desconfiar de todo aquello que se nos presente como secreto en lugar de discreto, pues en el ámbito pseudoiniciático lo secreto tiene más que ver con la supersticiosa creencia en fuerzas mágicas y prácticas ocultas, algo que las propias Escrituras prohíbe (Deuteronomio 18, 19-14 Isaías 43, 11 Jeremías 10, 2, etc.)
No es cosa baladí desdeñar esta prohibición, a pesar de que las prohibiciones nos recuerden el sinfín de arbitrariedades y barbaridades que, al calor de los afanes dogmatizantes, han venido promulgando los falsos doctores de la ley, los concilios y hasta la Tradición Patrística de la Iglesia de Pedro, que no la de Cristo propiamente dicha... Y decimos que no es cosa baladí, porque ciertas interpretaciones pueden conducir a retorsiones de la verdad como las llevadas a cabo, por ejemplo, ya desde el siglo II por los ofitas, quienes consideraban que la serpiente del Génesis había aportado la Gnosis o conocimiento al hombre, aspectos doctrinales que han alimentado a lo largo de los siglos el luciferismo, el ocultismo y el satanismo.
El problema del entendimiento literal del exoterismo religioso, como el del sincretismo degenerativo ocultista, es que ambos sirven a un mismo fin distorsionador, pues en el ejemplo expuesto está muy clara la significación alegórica del Génesis: la serpiente (símbolo tradicional ambivalente), efectivamente aporta conocimiento, pero el conocimiento de a dónde conduce el egoísmo y la soberbia de los hombres, el conocimiento del dualismo moral, el conocimiento de las consecuencias de contravenir el orden natural que Dios representa...
Dada la dificultad que existe hoy día en Occidente para recibir válidamente la iniciación cristiana, es importante para los fieles profundizar sin prejuicios en todos los contenidos de la doctrina, de ahí que un cristiano despierto no sólo no deba soslayar el esoterismo de la misma, ni tampoco rechazar las informaciones y enseñanzas aportadas por los textos apócrifos, deuterocanónicos y gnósticos... Pensemos que lo único que se pretendió con el establecimiento del orden canónico, es convertir una doctrina iniciática reservada a los fieles que hubiesen alcanzado un grado de preparación necesario en una legislación de orden social y dirigida a todos - en realidad, una mera adaptación del antiguo Derecho romano, tal como acertadamente nos recuerda René Guénon en Cristianismo e Iniciación-.
Con ello, aquel primitivo cristianismo, cuyas enseñanzas se transmitían criptas, de Maestro a discípulo, degeneró con el tiempo en Iglesia exotérica institucional, en herramienta del poder temporal, en auténtico mass media para la manipulación de las masas devotas...
Conclusión
Cuando Jesús habla de la llegada del Espíritu de la Verdad, habla de la llegada de él mismo como Cristo resucitado en el corazón de los hombres, habla de la salvación individual y de la vida eterna alcanzada a través de la fe (Juan 3, 16 5, 24), habla de una nueva comunidad espiritual caracterizada por el amor (Juan 13, 34-35), y cuya vida gira en torno a Jesús, bajo la dirección del Espíritu Santo o Consolador.
"Si Yo no hubiera venido, y no les hubiera predicado, no tuvieran culpa: más ahora no tienen excusa de su pecado. El que me aborrece a Mí, aborrece también a mi Padre. Si Yo no hubiera hecho entre ellos obras tales, cuales ningún otro ha hecho, no tendrían culpa pero ellos ahora han visto, y con todo me han aborrecido a Mí, y a mi Padre. Por donde se viene a cumplir la sentencia escrita en su Ley [Salmo, 24, 19]: Me han aborrecido sin causa alguna. Mas cuando viniere el Consolador, el Espíritu de Verdad que procede del Padre, Él dará testimonio de Mí y vosotros daréis testimonio, puesto que desde el principio estáis en mi compañía. (Juan 15, 22-27)