El canto en la Iglesia Primitiva

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A continuación haremos una introducción de la importancia que ha tenido el canto a través del tiempo partiendo de la Iglesia Primitiva.

HIMNOS DE LA IGLESIA PRIMITIVA

“Cantar y alabar al Señor” era totalmente natural para los primeros cristianos. Era la herencia recibida de generación trás generación del pueblo hebreo.
Leemos el “Canto de Liberación” que Moisés y los hombres de Israel entonaron después del cruce del Mar Rojo, cuando Miriam y otras mujeres, con danzas y con panderos se unieron al coro con el refrán:
“¡Cantad al Señor porque se ha engrandecido soberanamente;
al caballo y a su jinete ha arrojado al mar!”
Con una inspiración similar, Débora y Barac también cantaron su victoria sobre el poderoso Sísara.
Ana, la madre de Samuel, al contemplar el rostro de su niño recién nacido, entonó un himno de gratitud al Señor: “¡Alégrese mi corazón en el Señor;..me regocijo en tu salvación!”
Podemos sentir la tristeza en el canto que David dedicó a Saúl y Jonatán:
“¡Ha perecido la gloria de Israel sobre tus montañas! ¡Cómo han caído los poderosos!”.

SALMOS

Es en el libro de los Salmos, donde encontramos la más notable colección de poemas líricos sagrados. Compuesto por oraciones y plegarias, fue utilizado en diversas circunstancias.
Es imposible determinar su influencia en la vida religiosa, no sólo del pueblo hebreo, sino en la iglesia Cristiana.
Byron escribe “la lira de David llegó a ser más poderosa que su trono”.
A través de los siglos han sido y son, para los judíos, fuente de instrucción e inspiración espiritual y utilizado como su himnario fundamental.
Era un libro que Jesús conocía y amaba , del cual cantaba y cuyas palabras citaba frecuentemente.
En aquella última noche, en que se reunió con los doce en el aposento alto de Jerusalén, guió a su pequeño grupo con un himno. Sin dudas pertenecía al grupo de Salmos o “Cantos de Alabanza”, que los judíos entonaban habitualmente durante la cena de la Pascua.

De esa notable herencia del canto antiguo, era natural y fácil la transición a los himnos de la era cristiana.
¡Qué hermoso y apropiado para celebrar el advenimiento del Rey, que los hombres se unieran con los ángeles en alabanzas a Dios! La unión de los coros del cielo y de la tierra no eran demasiado para un acontecimiento único.
No es de extrañar, que cuando la joven virgen de Nazaret recibió el maravilloso anuncio, de que entre todas las hijas de Israel, era la elegida para ser la madre del Mesías tan esperado, exclamara extasiada:

“ ¡Mi alma alaba la grandeza del Señor,
y mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador!”.

Como eco a tanta alegría, al tomar en sus brazos al pequeño Juan, con los labios desligados Zacarías, el anciano sacerdote, exclama:
“¡Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha venido a rescatar a su pueblo!”.

Pero el más grandioso de todos los himnos, fue el entonado por el coro de ángeles, aquella noche cerca de Belén:
“¡Gloria a Dios en las alturas!
¡Paz en la tierra entre los hombres que gozan de su favor!”
Y luego. como una bendición sobre el jubiloso canto con que se celebró el advenimiento, resuenan las palabras del patriarca Simeón:
¡ “Ahora, Señor, tu promesa está cumplida:
puedes dejar que tu siervo muera en paz.
Porque ya he visto la salvación
que has comenzado a realizar
a la vista de todos los pueblos,
y que será la gloria de tu pueblo Israel.

Estos cuatro himnos conocidos por sus nombres latinos, como el “Magnificat”, el Benedictus”, el “Gloria in Excelsis” y el Nunc Dimittis”, desde entonces han sido casi universalmente usados por la Iglesia.
Estas máximas expresiones de alabanzas nos recuerdan, que aún hoy, con nuestras divisiones, nuestras diferencias de credo, fundamentalmente los seguidores de Jesús somos uno.

La iglesia primitiva no tenía ningun himnario distintivamente cristiano, y sin embargo , tanto en el culto privado como en el público se cantaba mucho.
El apostol Pablo conocía perfectamente el valor que el canto tenía. Por eso, aquella noche en que él y Silas estaban presos en Filipos, con los pies en el cepo y las espaldas sangrando , víctimas de la cruel injusticia, cantaban himnos para animar sus corazones y para dar a conocer el mensaje de salvación a otros presos.
Pablo escribió en una oportunidad a los cristianos de Corinto, que era su costumbre “cantar con entendimiento” para que la gente pudiera entender lo que decía. Del mismo modo exhortaba a sus hermanos en la fe a hacer uso de “Salmos e himnos y canciones espirituales” para que sus corazones alabaran al Señor.
Dispersos a través del Nuevo Testamento, encontramos frases , dispuestas en formas rítmicas, que serían fragmentos de himnos cristianos primitivos.
Es interesante comprobar que en los primeros siglos del cristianismo, rara vez se empleaba la nota triste en los himnos.
Recordemos que los discípulos tuvieron que afrontar persecusiones, tortura, cárcel y martirio: pero no perdieron el gozo. El arte de esa época representa a Jesús como un joven de rostro resplandeciente, con una oveja rescatada sobre sus hombros. En vano buscamos en los monumentos de los primeros cuatro siglos, algun detalle de la crucifixión. Lo mismo sucede con los himnos. El sufrimiento, la muerte y el castigo, jamás son mencionados; en todo vibra la nota de alabanza y trunfo gozoso.

Los grandes himnos de los que hemos hablado corresponden al grupo de Adviento, ellos trascienden nuestros límites congregacionales y son patrimonio de la Iglesia Universal.
¿No es a ese el vínculo que estamos buscando como iglesias?
¡ Qué el soplo de Pentecostés sea una realidad para la unidad de los cristianos!

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