Dos amores opuestos: amor de mona - amor de águila

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"Amor Protector"


Cuentan los que saben, aquellos observadores del mundo animal, que mamá
mona tiene una particular manera de expresar su amor de madre con su "bebé".

El primate toma en el regazo a su cría, al mejor estilo de las más dulces
progenitoras, y atenaza al monito contra su pecho.

Ver a mamá mona cobijar a su hijito entre sus largos y peludos brazos, es
contempla r un cuadro vivo del amor pasional, una clara expresión de ese amor
que no admite límites y se muestra claramente dispuesto al sacrificio.

El homínido muestra una clásica ternura de madre que, con su efusividad
compone el más elocuente símbolo de la protección. Al apretujar con tanta
ternura al cachorro , la mona parece componer el cuadro elocuente de un amor
"perfecto" que resguarda, hasta la exageración, de los peligros. La ternura
de mamá mona constituye, a simple vista el más seguro refugio contra la
muerte y el más elocuente gesto de preservación de la vida ¿ Quien podría
dudarlo?.

Nadie, pero nadie, podría contradecir la evidencia de ese vehemente
instinto protector maternal... sin embargo, al cabo de unos momentos, si
usted observa detenidamente, notará una fenomenal ambivalencia. Los largos y
fuertes brazos de mamá mona parecieran, abruptamente mutar de un cerco
protector a una barrera infranqueable, como si fu eran los barrotes de una
cárcel.

El monito ya no se mueve con soltura cualquier intento por modificar la
posición en que lo sostiene su mamá es respondido, a puro reflejo por la
mona, aumentando la presión sus dulces brazos maternales.

Gradualmente, los movimientos del bebé mono se hacen más tenues hasta que,
en un momento, en el clímax de aquel gesto pasional de amor de madre, cuando
ya desaparecieron los peligrosos intentos de zafar del cerco maternal, el
monito parece haberse entregado mansa y totalmente a los inexpugnables
brazos de mamá.

Al cabo de unos minutos, si usted sigue observando, el dormir plácido del
bebé es muy profundo no hace siquiera el más leve movimiento, su cuerpo
aparece demasiado apacible y, quizás exagerando, podríamos decir inerte.

Si nos acercamos lentamente a la escena, desde un primer plano, veremos
que el monito no respira.

Poco tardaremos en darnos cuenta, al seguir observando, la inexistencia de
signos vitales el bebé mono no recupera la respiración y la madre no ceja
en su "actitud maternal", aún más, parece incrementarla aunque su hijito no
demuestre la mínima resistencia.

Sí, aunque cueste creerlo, el mimado animalito yace sin vida, tiernamente
apretujado contra el corazón de su madre un corazón maternal que sí late de
prisa, excitado por un amor tan fuerte un amor que por tanta vehemencia,
tanta fuerza y afán protector, ahogó al vástago en el seguro refugio de sus
brazos.

El monito había intentado moverse, quería...ya no huir, el sólo pretendía
respirar. El pequeño vástago solo atinaba a tomar aire, oxígeno, en
síntesis lo animaba el más primario derecho de todo ser vivo: vivir.

Increíblemente, el ser que le dio la vida y, quizás la hubiera ofrendado
por protegerlo, terminó asfixiándolo en medio del "más perfecto amor de
madre".

"Amor Osado"

Luego del desenlace de la primer escena, tenemos otra que, de expresivo y
tierno amor, no tiene nada. Representa, diríamos, todo lo contrario aparece
como una actitud temeraria, irresponsable y anti-protectora de una mamá para
con su hijo.

El águila, una vez que a su pichón le han crecido las alas y revolotea
gozosamente en su nido de las más altas cumbres reclamando comida lo toma
desaprensivamente con su pico y lo monta sobre su fuerte lomo.

La majestuosa ave, emprende un decidido vuelo hacia las alturas y allí, en
un acto cuasi homicida, que merecería la condena de cualquier madre del
mundo, suelta a su pichón y se lanza vertiginosamente en picada, dejando que
el tierno aguilucho aterrice, compulsivamente claro está, sobre ella.

Lo que parecía un intento de eliminación de un atemorizado hijo, termina
siendo la primer lección de vuelo la fundante lección de vida.

Luego las clases se repiten y el aguilucho disfruta al sentirse
transportado a las alturas y saber que, metros más abajo, lo espera el
frondoso colchón de plumas de su diestra madre.

Pero, lo que parecía ser un juego, termina transformándose en una severa e
implacable lección de entrenamiento por la sobrevivencia.

El águila invita a su pichón a volar una y otra vez. El aguilucho
revolotea timidamente y ya no se esfuerza en mantenerse suspendido sino que
prefiere dejarse caer seguro sobre el cuerpo de su veloz mamá. Pero, el
auxilio de mamá águila cada vez se hace esperar más el imponente vuelo en
picada, de la majestuosa ave, para rescatar en las alturas a su cría, se
torna más espaciado y así el aguilucho se siente cada vez más cerca del
suelo. Así lenta, pero firmemente, el pichón comprende que o se esfuerza
para mantenerse con sus propias alas, o pronto se estrellará al no disponer
del tiempo necesario para intentar siquiera apoyar sus patas sobre la osada
madre.

El aguilucho sabe ahora que no hay alternativa aprende a volar, a
esforzarse, desplegando y agitando sus alas con las que la naturaleza le
dotó o, irremediablemente morirá.

Aquí sin dudas, surgen dos imágenes diferentes en la primera, la mamá
mona encarna el "amor perfecto" de madre, efusivamente tierno, protector y
pasional.

La segunda representa la imagen de la desaprensión, de la falta del
clásico amor maternal por evitar peligros y sacrificios a su tierna prole.

En el primer caso, el monito dulcemente cobijado, no pudo respirar. En la
segunda escena, el aguilucho aprendió a volar y hoy domina las altas cumbres
de Los Alpes.

Alguien dijo: "Amar es dar la vida por el otro y respetar es...dejar que
el otro viva"

Es absurdo amar sin antes conceder li bertad. Es inconcebible entregar
nuestro ser sin antes dejar al otro "ser".

¿Qué estilo representa su amor de madre o padre? ¿ Cuál de los dos
elegiría usted?. Aunque no tenga mucho que ver con los duros
convencionalismos de nuestra cultura latina, y a algunos códigos
conductuales, firmemente arraigados en nuestras conciencias, vale la pena
acometer el temerario desafío del águila: suelte a su hijo, enseñele a volar
pero no a seguirle el vuelo toda la vida.

Solo existen dos alternativas: cobijar celosamente como mamá mona o
invitar, temerariamente por cierto, a desafiar las alturas.

Dice en el libro de Proverbios: "Instruye al niño en su camino y aún
cuando fuere grande, no se apartará de el".
Usted, sólo usted, puede enseñarle a volar, pero él es quien, en
definitiva, elegirá su propio vuelo, su rumbo, su vocación, su destino como
persona, en otras palabras: El mismo decidirá seguir su cami no . Al decir
"su" camino, nótese que excluye la posiblidad de aludir a "nuestro" camino,
no el camino de sus padres sino su propia vocación, su propio destino y
singular proyecto de vida.
No se trata ya de: "no cortarle las alas", es mucho más que eso déjele que le crezcan. La única manera de comenzar volar es desplegando las alas. El único modo de poder caminar por sí solo en la vida es empezar, gradual, pero firmemente, a tomar decisiones. Desarrollar la capacidad de discernir para un hombre, equivale a las primeras clases de vuelo de un aguilucho.
Ah...olvidaba sugerirle: no pretenda seguir a su "pichón", ni siquiera con
su mirada, si usted le dio las correctas lecciones, espérelo, sereno y
seguro, en la cima de la montaña...allí llegará, no sé como ni cuando, en
raudo vuelo triunfal.




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