Dios cantó
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Había profundo silencio.
Y Dios cantó:
"Sea la luz".
El silencio se rompió.
Se hizo la luz.
Dios, el Solista, entonó una estrofa tras otra:
Sea el cielo.
Sea la tierra.
Sean las plantas.
Sean el sol, la luna y las estrellas.
Sean los peces y las aves.
Sean animales de todas las especies.
Lo que cantaba el Gran Solista, sucedía.
Y los cielos cantaban la gloria de Dios
y el firmamento la obra de sus manos.
Las estrellas cantaban en soprano,
la luna le agregaba el contralto,
los planetas el tenor,
y el sol mantenía el cantus firmus en el bajo.
Cuando el sol hacía compases de silencio,
volvían la luna y las estrellas,
en armonía y ritmo perfectos.
Al compás de las olas cantaban los peces.
De día y de noche, los pájaros ofrecían conciertos.
Todos los animales se integraban al coro.
Todo lo que respira, alababa al Señor.
Y Dios compuso un opus nuevo,
que jamás había estrenado antes.
De corazón y a toda voz, entonó una canción amorosa:
“¡Ahora hagamos al ser humano a nuestra imagen!”
El ser humano y la naturaleza toda,
cantaron a dos voces.
Dios los escuchaba lleno de alegría.
Dios se alegraba de su creación.
Pero Satanás le ofreció al ser humano:
"Dejame ser tu director de coro.
Yo te quiero enseñar otra canción.
También nosotros podremos cantar a dos voces,
vos y yo".
Y el ser humano cantó a dos voces con Satanás.
Enseguida desapareció la música clara y dulce
que el Creador había enseñado a sus criaturas.
Las disonancias desgarraban el aire.
Gritos y gemidos pasaron a ser el cantus firmus.
La música clara y dulce, que estaba con Dios,
amaba al ser humano.
Tan grande fue esa ternura,
que se hizo uno de ellos,
para enseñar a los hombres la música divina.
Y María cantó: "Llenó de bienes al hambrientos".
Zacarías cantó: "Dios perdona nuestros pecados".
"Él se acordó de nosotros, los pobres,
¡su amor es eterno!", cantaron los pastores.
Simeón cantó: "Mis ojos han visto la salvación".
Los ángeles cantaron: "Paz en la tierra entre los seres humanos".
Este canto iba in crescendo.
Las disonancias desaparecían.
El Nuevo Maestro de Coro, que vino de Dios,
enseñó nueva música.
Les pedía a las personas:
"Terminen con el ruido y las disonancias.
Canten una nueva y santa canción".
Cuando Satanás escuchó la nueva melodía,
lleno de odio, gritó:
"¡Yo, sólo yo soy el director del coro humano!
¡Crucifíquenlo, crucifíquenlo!"
Tres días después cantaban los ángeles:
"Resucitó! ¡Vive!"
Y las mujeres que fueron al sepulcro, repetían:
"¡Resucitó! ¡Vive!"
"Somos testigos: Cristo vive!"
cantaba el coro de los discípulos,
mientras Satanás gritaba,
tratando de apagar esas voces:
"¡Está muerto! ¡Seguirá muerto!".
La música que venía de Dios,
sonaba, seductora:
"¡Sé santo, santo, santo,
sé amor, amor, amor!"
Así cantaban.
Así cantan.
Así cantarán.
Los siete ángeles tocaron las trompetas.
En el mar de los sonidos
se ahogó el maestro de las disonancias.
Los cantores de Dios entonaron una nueva canción
en el cielo nuevo y en la tierra nueva:
"Aleluya. Dios es santo. Dios es Amor!"
Y Dios aceptó el Amén.
El canto suena y sonará
en perfecta armonía
como al principio.
© Red de Liturgia y Recursos de Educación Cristiana de CLAI-CELADEC
Y Dios cantó:
"Sea la luz".
El silencio se rompió.
Se hizo la luz.
Dios, el Solista, entonó una estrofa tras otra:
Sea el cielo.
Sea la tierra.
Sean las plantas.
Sean el sol, la luna y las estrellas.
Sean los peces y las aves.
Sean animales de todas las especies.
Lo que cantaba el Gran Solista, sucedía.
Y los cielos cantaban la gloria de Dios
y el firmamento la obra de sus manos.
Las estrellas cantaban en soprano,
la luna le agregaba el contralto,
los planetas el tenor,
y el sol mantenía el cantus firmus en el bajo.
Cuando el sol hacía compases de silencio,
volvían la luna y las estrellas,
en armonía y ritmo perfectos.
Al compás de las olas cantaban los peces.
De día y de noche, los pájaros ofrecían conciertos.
Todos los animales se integraban al coro.
Todo lo que respira, alababa al Señor.
Y Dios compuso un opus nuevo,
que jamás había estrenado antes.
De corazón y a toda voz, entonó una canción amorosa:
“¡Ahora hagamos al ser humano a nuestra imagen!”
El ser humano y la naturaleza toda,
cantaron a dos voces.
Dios los escuchaba lleno de alegría.
Dios se alegraba de su creación.
Pero Satanás le ofreció al ser humano:
"Dejame ser tu director de coro.
Yo te quiero enseñar otra canción.
También nosotros podremos cantar a dos voces,
vos y yo".
Y el ser humano cantó a dos voces con Satanás.
Enseguida desapareció la música clara y dulce
que el Creador había enseñado a sus criaturas.
Las disonancias desgarraban el aire.
Gritos y gemidos pasaron a ser el cantus firmus.
La música clara y dulce, que estaba con Dios,
amaba al ser humano.
Tan grande fue esa ternura,
que se hizo uno de ellos,
para enseñar a los hombres la música divina.
Y María cantó: "Llenó de bienes al hambrientos".
Zacarías cantó: "Dios perdona nuestros pecados".
"Él se acordó de nosotros, los pobres,
¡su amor es eterno!", cantaron los pastores.
Simeón cantó: "Mis ojos han visto la salvación".
Los ángeles cantaron: "Paz en la tierra entre los seres humanos".
Este canto iba in crescendo.
Las disonancias desaparecían.
El Nuevo Maestro de Coro, que vino de Dios,
enseñó nueva música.
Les pedía a las personas:
"Terminen con el ruido y las disonancias.
Canten una nueva y santa canción".
Cuando Satanás escuchó la nueva melodía,
lleno de odio, gritó:
"¡Yo, sólo yo soy el director del coro humano!
¡Crucifíquenlo, crucifíquenlo!"
Tres días después cantaban los ángeles:
"Resucitó! ¡Vive!"
Y las mujeres que fueron al sepulcro, repetían:
"¡Resucitó! ¡Vive!"
"Somos testigos: Cristo vive!"
cantaba el coro de los discípulos,
mientras Satanás gritaba,
tratando de apagar esas voces:
"¡Está muerto! ¡Seguirá muerto!".
La música que venía de Dios,
sonaba, seductora:
"¡Sé santo, santo, santo,
sé amor, amor, amor!"
Así cantaban.
Así cantan.
Así cantarán.
Los siete ángeles tocaron las trompetas.
En el mar de los sonidos
se ahogó el maestro de las disonancias.
Los cantores de Dios entonaron una nueva canción
en el cielo nuevo y en la tierra nueva:
"Aleluya. Dios es santo. Dios es Amor!"
Y Dios aceptó el Amén.
El canto suena y sonará
en perfecta armonía
como al principio.
© Red de Liturgia y Recursos de Educación Cristiana de CLAI-CELADEC