Cuenta de ahorros
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Cuenta de ahorros
¿Qué haces cuando llega una situación inesperada a tu vida, para la cual no estabas económicamente preparado? O, ¿qué harás cuando el paso de los años vaya acabando con tus fuerzas, de modo que ya no puedas trabajar? Si tienes una cuenta de ahorros o de retiro, no tendrás de qué preocuparte.
La práctica de ahorrar es muy antigua. En tiempos de Jesús, los banqueros hacían negocios (Mateo 25:27). Los bancos, tal como los conocemos hoy, pueden ser trazados hasta la familia Medici en Florencia durante el Renacimiento. Hacia finales del siglo pasado comienzan a hacerse populares las cuentas de retiro con aportaciones patronales, y más tarde las cuentas de retiro individuales (“Individual Retirement Account”, o IRA).
Esta práctica no es exclusiva de los seres humanos. Como parte del diseño de la creación, aún los animales (la ardilla y la hormiga son dos ejemplos que me vienen a la mente) nacen “programados” para abastecer sus reservas en el verano, de modo que durante el invierno, cuando las fuentes de alimento escasean, no tengan necesidad (Proverbios 6:6-9).
Aunque las cuentas tengan distintos nombres, el propósito es el mismo: guardar de lo que se recibe en el presente para tener con qué suplir – si surgiera – una necesidad futura, o asegurar una fuente de ingresos cuando ya no se esté en condiciones de trabajar.
Ahorros espirituales
¿Sabías que la Biblia nos habla de cuentas de ahorros espirituales? Jesús dijo: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6:19-21, RV60).
Según nos narra en su libro el profeta Habacuc, le tocó vivir tiempos de gran escasez material y una profunda degeneración moral y espiritual. La tierra no producía fruto, y no había ganado en los corrales a causa del hambre por si fuera poco, “destrucción y violencia están delante de mí, … el impío asedia al justo, … sale torcida la justicia”. Eran momentos de desesperación para cualquiera, pero en medio de la desolación, Habacuc pudo pronunciar estas palabras que retumban aún hoy: “Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya fruto, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corrales Con todo yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación. Jehová el Señor es mi fortaleza” (3:17-19, RV60). ¿Cómo es posible que el profeta tuviera razón para cantar cuando el mundo se derrumbaba a su alrededor? La respuesta es una sola: por medio de su relación con Dios, Habacuc se había hecho de una reserva espiritual que lo sostenía en medio de la escasez, de modo que la situación difícil que lo rodeaba no podía robarle el gozo y la alegría que había recibido de su Señor.
Dinero en tu cuenta
Durante una temporada de sequía y gran hambre que duraba ya varios meses, una viuda con su hijo preparaban el último puñado de alimento que les quedaba para luego echarse a morir, cuando reciben una visita inesperada. “Prepárame algo a mí primero”, dijo el visitante. La mujer pudo haber pensado: “¿Quién se cree éste que es? ¿En qué planeta vive, que no sabe que estamos en sequía? ¿Cómo se atreve a querer arrebatarnos nuestro último bocado?” Pero la voz y la presencia del extraño visitante impresionaron a la viuda, y decidió obedecer. El visitante era el profeta Elías, y desde aquel día hasta el fin de la sequía, “la harina de la tinaja no escaseó, ni el aceite de la vasija menguó” (1 Reyes 17:8-16).
En otra ocasión, un niño caminaba con su almuerzo en una bolsa cuando vio un tumulto. Un hombre enseñaba a la multitud, y decidió sentarse a escuchar lo que decía. Transcurrieron las horas, y las palabras de aquel hombre lo embelesaron de tal modo que no le dio hambre. De repente, escucha que la multitud comienza a agitarse. Nadie más había traído comida, ¡sólo él! Sin una pizca de mezquindad en su corazón, quiso compartir lo que tenía. “No podré alimentar a la multitud entera, pero al menos uno o dos pueden comer de lo mío”, seguramente pensó al poner en las manos del hombre lo que tenía: cinco panes y dos peces. Jesús oró por aquel puñado de comida, y ese día cinco mil hombres fueron alimentados (Juan 6:1-13).
Cuando pones a disposición de Dios o de sus siervos lo que tienes, aunque poco, Él se asegurará de hacer depósitos a tu cuenta, y aún en esta vida podrás disfrutar de las ganancias.
Cuidado con lo que depositas
Es interesante que el tener riquezas terrenales, un carisma deslumbrante o grandes dones no garantizan que nuestra cuenta celestial tenga fondos suficientes cuando la necesitemos. En Apocalipsis se habla de varias iglesias: una de ellas, la de Laodicea, se jactaba de grandes riquezas, pero su cuenta de ahorros estaba en cero (3:17). De otro lado, la iglesia de Esmirna, pobre ante los ojos del mundo, tenía abundancia de bienes en su cuenta celestial (2:9).
IRA (“Individual Retirement Account”)
Los beneficios de esta cuenta de ahorros celestial van más allá de lo que podamos disfrutar en esta vida podemos también hacer de ella nuestra cuenta de retiro.
Muchos justos en tiempos bíblicos acumularon suficiente en sus vidas para recibir grandes beneficios. “Conquistaron reinos, hicieron justicia, taparon bocas de leones, apagaron fuegos impetuosos, evitaron filo de espada, sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga ejércitos extranjeros, las mujeres recibieron sus muertos mediante resurrección”. Otros, por el contrario, optaron por dejar sin cobrar sus beneficios en la tierra a fin de retirar sus ganancias – con intereses – en el cielo (Hebreos 11:32-35).
¿Cuál es el balance en tu cuenta de ahorros?
¿Qué haces cuando llega una situación inesperada a tu vida, para la cual no estabas económicamente preparado? O, ¿qué harás cuando el paso de los años vaya acabando con tus fuerzas, de modo que ya no puedas trabajar? Si tienes una cuenta de ahorros o de retiro, no tendrás de qué preocuparte.
La práctica de ahorrar es muy antigua. En tiempos de Jesús, los banqueros hacían negocios (Mateo 25:27). Los bancos, tal como los conocemos hoy, pueden ser trazados hasta la familia Medici en Florencia durante el Renacimiento. Hacia finales del siglo pasado comienzan a hacerse populares las cuentas de retiro con aportaciones patronales, y más tarde las cuentas de retiro individuales (“Individual Retirement Account”, o IRA).
Esta práctica no es exclusiva de los seres humanos. Como parte del diseño de la creación, aún los animales (la ardilla y la hormiga son dos ejemplos que me vienen a la mente) nacen “programados” para abastecer sus reservas en el verano, de modo que durante el invierno, cuando las fuentes de alimento escasean, no tengan necesidad (Proverbios 6:6-9).
Aunque las cuentas tengan distintos nombres, el propósito es el mismo: guardar de lo que se recibe en el presente para tener con qué suplir – si surgiera – una necesidad futura, o asegurar una fuente de ingresos cuando ya no se esté en condiciones de trabajar.
Ahorros espirituales
¿Sabías que la Biblia nos habla de cuentas de ahorros espirituales? Jesús dijo: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6:19-21, RV60).
Según nos narra en su libro el profeta Habacuc, le tocó vivir tiempos de gran escasez material y una profunda degeneración moral y espiritual. La tierra no producía fruto, y no había ganado en los corrales a causa del hambre por si fuera poco, “destrucción y violencia están delante de mí, … el impío asedia al justo, … sale torcida la justicia”. Eran momentos de desesperación para cualquiera, pero en medio de la desolación, Habacuc pudo pronunciar estas palabras que retumban aún hoy: “Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya fruto, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corrales Con todo yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación. Jehová el Señor es mi fortaleza” (3:17-19, RV60). ¿Cómo es posible que el profeta tuviera razón para cantar cuando el mundo se derrumbaba a su alrededor? La respuesta es una sola: por medio de su relación con Dios, Habacuc se había hecho de una reserva espiritual que lo sostenía en medio de la escasez, de modo que la situación difícil que lo rodeaba no podía robarle el gozo y la alegría que había recibido de su Señor.
Dinero en tu cuenta
Durante una temporada de sequía y gran hambre que duraba ya varios meses, una viuda con su hijo preparaban el último puñado de alimento que les quedaba para luego echarse a morir, cuando reciben una visita inesperada. “Prepárame algo a mí primero”, dijo el visitante. La mujer pudo haber pensado: “¿Quién se cree éste que es? ¿En qué planeta vive, que no sabe que estamos en sequía? ¿Cómo se atreve a querer arrebatarnos nuestro último bocado?” Pero la voz y la presencia del extraño visitante impresionaron a la viuda, y decidió obedecer. El visitante era el profeta Elías, y desde aquel día hasta el fin de la sequía, “la harina de la tinaja no escaseó, ni el aceite de la vasija menguó” (1 Reyes 17:8-16).
En otra ocasión, un niño caminaba con su almuerzo en una bolsa cuando vio un tumulto. Un hombre enseñaba a la multitud, y decidió sentarse a escuchar lo que decía. Transcurrieron las horas, y las palabras de aquel hombre lo embelesaron de tal modo que no le dio hambre. De repente, escucha que la multitud comienza a agitarse. Nadie más había traído comida, ¡sólo él! Sin una pizca de mezquindad en su corazón, quiso compartir lo que tenía. “No podré alimentar a la multitud entera, pero al menos uno o dos pueden comer de lo mío”, seguramente pensó al poner en las manos del hombre lo que tenía: cinco panes y dos peces. Jesús oró por aquel puñado de comida, y ese día cinco mil hombres fueron alimentados (Juan 6:1-13).
Cuando pones a disposición de Dios o de sus siervos lo que tienes, aunque poco, Él se asegurará de hacer depósitos a tu cuenta, y aún en esta vida podrás disfrutar de las ganancias.
Cuidado con lo que depositas
Es interesante que el tener riquezas terrenales, un carisma deslumbrante o grandes dones no garantizan que nuestra cuenta celestial tenga fondos suficientes cuando la necesitemos. En Apocalipsis se habla de varias iglesias: una de ellas, la de Laodicea, se jactaba de grandes riquezas, pero su cuenta de ahorros estaba en cero (3:17). De otro lado, la iglesia de Esmirna, pobre ante los ojos del mundo, tenía abundancia de bienes en su cuenta celestial (2:9).
IRA (“Individual Retirement Account”)
Los beneficios de esta cuenta de ahorros celestial van más allá de lo que podamos disfrutar en esta vida podemos también hacer de ella nuestra cuenta de retiro.
Muchos justos en tiempos bíblicos acumularon suficiente en sus vidas para recibir grandes beneficios. “Conquistaron reinos, hicieron justicia, taparon bocas de leones, apagaron fuegos impetuosos, evitaron filo de espada, sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga ejércitos extranjeros, las mujeres recibieron sus muertos mediante resurrección”. Otros, por el contrario, optaron por dejar sin cobrar sus beneficios en la tierra a fin de retirar sus ganancias – con intereses – en el cielo (Hebreos 11:32-35).
¿Cuál es el balance en tu cuenta de ahorros?