Credo de la resurrección

0


Cuanto me costó, Señor, no arrojar lejos de mi
aquel ramito con que saludé tu entrada a Jerusalén.
Creí que ya todo estaba perdido,
que todo había sido en vano,
tus palabras, tus caminatas en medio nuestro,
tu vida, tus promesas.
Triste y angustiado me volvía a mi Emaús,
meditando que hacer con aquellas inútiles ramas
de esperanza frustrada,
cuando tú, de pronto, te apareciste
en medio de mi caminar.
Primero no te conocí:
estaba ciego en mi propia desolación,
pendiente sólo de mi mismo.
Me saludaste
y yo ni te miré.
Pero, me llamaste por mi nombre
y me hablaste al corazón palabras de vida.
Con ellas quitaste mis dudas,
borraste mis miedos,
y mi cansancio se hizo renuevo.
Fue como que un fuego se encendía en el alma.
Y entonces te miré y nuestros ojos se cruzaron.
Tus palabras me vinieron a la mente: "al tercer día...".
¡Hoy, hoy era ese día! El tercero.
Y tú...,
verdaderamente... ¡estás vivo!
Lo creo, Señor,
lo siento.
¡Resucitaste!
¡Tú estás vivo!
Y sigues caminando a mi lado
y lo harás por siempre.
Sí, Señor. Eso creo.

Compartir

Más recursos

Sponsor


Suscripción gratuita

Te avisaremos cuando agreguemos nuevos recursos. No te enviaremos más de uno o dos mensajes semanales.