Como la tierra sedienta

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Clama mi alma por ti, mis ojos te buscan, mas no ya esos ojos de simple humano, sino del corazón que despiertan para buscar tu presencia.
En mis labios hay esa resequedad, que queda luego de cruzar el desierto, una sola gota de ti basta para recorrer la existencia. Una, tan solo una.
Y basta tan sólo eso porque proviene de ti, de ese manantial pródigo que rebosa abundancia, la inmediatez de una pronta respuesta, porque no guardaste silencio.
Mis manos se despiertan adoloridas, atormentadas porque tocaron puertas, y me contestó el silencio, esa quieta paz sepulcral que me consumía, al ignorar que estabas junto a mí.
Quién iba a saber que basta con mirar en el horizonte perfecto, la luz crepuscular para invocar ahí, en la soledad, con lágrimas sabor a sal, tu nombre amado.
Vagar por el mundo condujo sólo al desaliento, y hoy cuando mi alma clama por esa lluvia tardía que viene del cielo, reconozco que el paso por la arena ardiente, fue un extravío, no saber pedir que vinieras a mí.
Hoy esos ojos se abren dichosos y miran que estás aquí, viene el rocío y una gota como palabra, que basta para aliviar mi sentir, calmar mi sed.
Mi cuerpo se abre como tierra labrada por donde pasa el hortelano y quita espinas, abrojos, mala hierba y depositó con fe, su semilla nueva, su esperanza.
Sabe que mañana reverdecerá, que incluso las tempestades serán favorables, para perfeccionar el grano. No habrá plagas que invadan el sembradío.
No, ya no habrá males porque tú, aquí con tu sabiduría y resguardo, velas que nada dañe esta tierra, que espera el amanecer.
Mi alma se abre, mi cuerpo se abre, mis labios se abren y esperan sedientos como la tierra misma, que derrames las aguas turbulentas, ese anhelo de ver florecer un día, el paraíso que para mí creaste.
Cada mañana, de noche, a toda hora, mi alma tiene sed de ti te busco, ansío encontrarme a tu lado para no dejarte jamás, saber que hay una esperanza y un nuevo latir, porque en ti espero.
No hay más en quien confiar, tampoco lo hubo antes, conocedor de los afanes del mundo, de sus propios males, esos tropiezos un día fueron míos.

Mi alma tiene sed de ti,
como la tierra misma...

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