Como el papel arrugado
Mi carácter impulsivo cuando era niño me hacía reventar en cólera a la menor provocación. La mayoría de las veces, después de unos de estos incidentes, me sentía avergonzado y me esforzaba por consolar a quien había dañado.
Un día mi maestro que me vio dando excusas de una explosión de ira. Me llevó al salón, me entregó una hoja de papel y me dijo:
- ¡Estrújalo!
Asombrado obedecí e hice una bolita...
- Ahora -volvió a decirme- dejalo como estaba antes.
Por supuesto que no pude dejarlo como estaba... por más que trate, el papel quedó lleno de pliegues y arrugas.
- El corazón de las personas -me dijo- es como ese papel. La impresión que en ellos dejas será tan difícil de borrar como esas arrugas y esos pliegues.
Así aprendí a ser más comprensivo y paciente. Cuando siento ganas de estallar recuerdo ese papel arrugado. La impresión que dejamos en los demás es imposible de borrar.
Más aún, cuando lastimamos con nuestras reacciones o con nuestras palabras y luego queremos enmendar el error, ya es tarde.
“Con la lengua bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los seres humanos, que han sido creados a imagen de Dios. De la misma boca salen bendiciones y maldiciones. Hermanos míos, ¡esto no puede seguir así!” (Santiago 3:9-10)