Coloquios de una reportera de radio

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Aquí, en mi cubículo acostumbrado,
tras paredes de cartón
y el tic-tac del minutero
acompasando las horas,
con la maquinilla al frente
y el corazón apretado,
me olvido por un segundo
del sonido de la radio,
de las noticias del día,
del programa pre-grabado,
para conversar contigo
en lo secreto.

Entra.
Te he estado esperando
desde que rayaba el día
y el sol sorprendió mis pasos.
Puedes sentarte si quieres,
da igual... o ahí, parado...
Mas no quites tu mirada de mis ojos
cuando te hablo.

No es tanto que quiera hablarte,
sino saber que has llegado.
Saber que te tengo cerca,
al alcance de mi mano,
y que entiendes mi silencio,
y que no te has olvidado
aún cuando en la rutina
de mi quehacer cotidiano
me olvido a veces de que estás presente,
aunque no del todo,
y luego me acuerdo
y vuelvo a tu lado.

Y es que sin ti no es lo mismo.
El día se hace más largo,
las cosas pierden sentido,
me agobia más el cansancio,
y hasta el paso de mi sombra
va muriendo solitario.

Mas cuando llegas,
se me agita el corazón
como el aleteo de un pájaro,
y un leve temblor de amores
va meciéndose en mis manos,
y el llanto nubla mis ojos
sólo de escuchar tus pasos.

Nadie sabe de esta cita.
Nadie sabe del encuentro
que sucede en mi despacho
en el momento preciso,
en el instante adecuado,
cuando la puerta se cierra
y el aire me huele a nardos.
Sólo me basta con eso.
Es que ya me he acostumbrado
y ya no sé lo que digo
si tú no estás a mi lado.

Gracias por venir a verme.
Tú sabes bien que te amo
y que sin ti moriría
en este rincón aislado,
rodeada de papeles,
discos, libros, teletipo,
y afuera el mundo esperando
el titular del momento...

¿Y qué pueden decir mis labios,
si ya te lo he dicho todo,
a ti, mi Señor amado?

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