Aprender a no pelearse con otras personas
Las personas fuertes y felices no se pelean a menudo. Están menos expuestas a los improperios, las respuestas fuera de tono y los desacuerdos que lastiman, enojan y dan un tono amargo a la vida. Porque cuando estamos alterados frente a los otros nos sucede que nos volvemos susceptibles, paranoicos, adoptando una conducta defensiva y anticipatoria de todo lo malo que nos podría suceder. Todo esto nos crea una sensación negativa acerca de nuestro prójimo y del mundo. Perder esa hipersensibilidad que deja la puerta abierta para conflictos, frustraciones y amarguras es fundamental para crecer
Si queremos relaciones sanas tenemos que aprender a estar alejados de las peleas improductivas. Tenemos personalidades distintas, vemos las cosas de manera de diferente, así que de tanto en tanto no debería sorprendernos que existan roces. Siempre tendremos quien nos critique o encontraremos alguna gente que con su actitud crea las condiciones para que perdamos el gozo y la paz. Siempre habrá alguien que no nos acepta como somos. A veces si alguien no está de acuerdo con nosotros, se crea un ambiente propicio para el conflicto y la pelea. Un elemento importante a tener en cuenta es que todos tenemos defectos, debilidades y no tenemos que esperar la perfección en quienes nos rodean. Es cierto, alguna vez podrás sentirte lastimado u ofendido. Pero deberás entender que no existe ni la pareja perfecta, ni el hijo perfecto, ni el jefe perfecto, ni el clérigo perfecto.
Si no aceptamos esta realidad, podemos estar muy expuestos a sentirnos frustrados y hasta a ser injustos exigiendo a los otros una perfección que nosotros no tenemos. Más, a menudo, nos manejamos con el principio de “te amo siempre y cuando no me lastimes”. El amor al prójimo no debería estar condicionado sin integrar los defectos del otro. Nosotros también necesitamos que los otros, especialmente nuestros prójimos más cercanos, tengan una actitud semejante.
Dejarle pasar al otro algunas cosas implica un ejercicio de la misericordia que también es parte del amor, para esto también necesitamos reprogramar algunas de nuestras matrices y supuestos de la comunicación, a veces frutos de experiencias educativas erróneas de nuestro pasado que nos hacen relacionarnos mal en el presente. Nosotros también desconfiamos de los demás, o nos asaltan sentimientos de inferioridad o creemos, simplemente, que lo correcto es situarnos por encima de los otros.
Cuando seas tentado a desahogar tus emociones porque alguien te ha hecho enojar o te ha hecho daño está bueno preguntarse, ¿vale la pena? Incluso si gano esta batalla ¿cuál es el precio? ¿Qué logrará mi desahogo? Puede que perdamos los mejores momentos o las mejores relaciones con las que estamos vinculados por distraernos en batallas que son de poca importancia. Se trata de elegir sabiamente las batallas que vamos a pelear. La pregunta es ¿en qué medida esta discusión me permite avanzar en el llamado al cual Dios me ha convocado?
Un amigo que es bastante obsesivo tiene su esposa que se olvida a menudo de apagar las luces innecesarias. Tal actitud de su esposa suele ponerlo muy tenso, y algunas discusiones se producen a partir de la bendita luz que queda sin apagar. Las peleas no se justificaban por los pesos de más que pagaban. Esos pesos que gastaban, para ellos, no justificaban tanta tensión y sufrimiento, ¿valía la pena el estrés que se generaba? Hay gente que considera muy importante “ganar” una discusión porque así fue educada y su autoestima depende de eso.
Si uno comete el error de participar en cada discusión que sale a su encuentro, si uno siempre se está defendiendo, si uno está siempre juzgando a los demás o corrigiendo o criticando es probable que pierda la perspectiva y la energía para acometer las luchas que sí son importantes.
No pocas veces es fácil empezar una pelea y difícil terminarla. La pregunta en esos momentos es ¿qué cosa importa más en este momento? En Proverbios 20: 3 dice “Es un honor vivir sin peleas, pero el necio se enreda en discusiones”. Antes, el mismo libro decía: “los labios del necio se meten en peleas y su boca llama a los golpes” (18:6) Y Jesús, en el Sermón del Monte afirmaba : “Dichosos los que trabajan por la paz porque Dios los llamará hijos suyos” (Mateo 5: 9). Somos llamados a ser pacificadores, a evitar batallas innecesarias, a no dar lugar a peleas que no dejan saldos positivos. Tu casa merece ser un lugar de paz, tu iglesia necesita pacificadores, tu lugar de trabajo no debe transformarse en un sitio donde se fomente el conflicto improductivo. El modo pelea no debe prosperar en los lugares que frecuentás.
A veces, aun a pesar de ser adultos no nos damos cuenta de que las relaciones que promueven la felicidad verdadera son los vínculos amorosos que consisten en darse cariño unos a otros. Hay adultos que se parecen, salvando las distancias, a esos perros locos a los que han pegado de cachorros y que no saben que otra vida es posible.
Por eso, comprender los problemas del otro es fundamental cuando uno mismo es imperfecto, será necesario poner distancia entre la afrenta y nosotros mismos y ganar la perspectiva necesaria para no enojarnos con demasiada facilidad, cosa que cuando ocurre, a veces, nos hace víctimas también de nosotros mismos. Sentir pena por aquellos que viven atacando a los demás y esperanza de cura para el confundido niño que todos llevamos adentro.
Quien tiene una buena autoestima puede manejar mucho mejor los agravios y críticas de los demás. A veces se nos puede criticar con justicia, la crítica puede ser útil. La perspectiva de alguien que tiene buenas intenciones para vos puede echar luz sobre algún área de tu vida en que puedes mejorar, pero si no se entrega esa crítica, en espíritu de bendición, si es injusta o inmerecida, si se exagera alguna pequeñez o falla intentando hacer que quedes mal, habrá que tomar en cuenta aquellas palabras de Jesús “si alguno no los recibe bien ni escucha sus palabras, al salir de esa casa o ese pueblo, sacúdanse el polvo de sus pies” (Mateo 10:14). En cualquiera de los casos, el amor a uno mismo y el amor que te viene de Dios darán solidez al aprecio por tu vida. Será necesario ser creativo para crear canales de comunicación con los otros. Por supuesto, todo vínculo debe tener en sí mismo la posibilidad, en último extremo, de poner límites, pero para esto habrá que andar con mucho cuidado porque solemos ser demasiado rápidos a la hora de apartar a gente valiosa de nuestra vida.
Jesús dijo que “un país dividido en bandos enemigos, no puede mantenerse y una familia dividida, no puede mantenerse (Marcos 3: 24-25). Si alentamos a que la pelea se meta en cualquiera de nuestras relaciones, puede terminar destruyéndolas. La pelea carcome los cimientos de los vínculos. No devolvamos la rudeza y la falta de consideración. Si pensamos que los demás tienen que adaptarse a nosotros, si nunca estamos dispuesto a hacer las paces, si queremos tener siempre la razón, si nos gusta discutir por todo, si nunca nos tragamos nuestro orgullo, si no valoramos la paz con nuestro prójimo, si alentamos el rencor, el enojo y el recuerdo de las ofensas que nos hicieron, nos costará demasiado perdonar, se irán creando brechas en nuestros vínculos aun en el caso de relaciones donde el amor de alguna manera se conserva. Ore para que Dios lo preserve de caer en tales sentimientos y actitudes.
Pastor Hugo N. Santos