Anhelo de Navidad
0
0
Tal vez hace mucho tiempo que venimos a esta Iglesia; quizás hace muy poco. Vivimos día tras día agobiados por los problemas, por la realidad que nos abruma, y quizás concurrimos al culto para tener un poco de paz; olvidarnos por un momento del pago de la cuota del seguro del coche, de la pelea que tuvimos con el jefe por un aumento de sueldo, de la salud quebrantada de algún familiar. Escuchamos la Palabra de Dios que nos reconforta, nos brinda una luz de esperanza. Luego compartimos una charla, un saludo con nuestros hermanos y volvemos a la lucha diaria, a sufrir por el pan cotidiano, a no encontrar ni dar respuesta a la crisis de toda índole que sufre nuestro país.
¿Y Cristo? ¡Ah, no! Cristo es el Señor de los domingos en el culto, cuando escuchamos al pastor predicar. Pero está fuera de nosotros. Ha quedado encerrado en el templo.
“¿Pero, qué tiene que ver Jesucristo conmigo? ¡Yo quiero hacer mi vida!” Una vida en que trato de sobrevivir “pisando” si es necesario a los demás, no mirando al necesitado de pan y de amor que tengo a mi lado; gritándole a mi esposa porque al volver del trabajo no tiene la comida lista, tratando de encontrar, si soy joven, la vida en el placer, por el placer mismo. Y eso no es vida. Es muerte. Una muerte interior que tratamos de resucitar yendo al templo y escuchando Su Palabra, pero dejando a Jesús, por nuestros yerros, crucificado entre cuatro frías paredes de ladrillo hasta el próximo domingo.
Pero Cristo quiere entrar en nosotros. Él nos dice: “Mira, Yo estoy llamando a la puerta; si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos”. ¡Él quiere hacer de nosotros un templo vivo!.
Quizás aún no nos hayamos decidido. No nos animamos a dejar que Él entre; que tome las riendas de nuestras vidas y nos haga cabalgar en el bosque enmarañado de la realidad de todos los días, con una visión de la verdadera vida, que, como una buena noticia, nos gozamos en anunciarla a nuestro prójimo.
Esta Navidad que se acerca y en la que recordamos el nacimiento de nuestro Señor; ¿Por qué no puede ser la oportunidad en que Él nazca en nuestras vidas, haciéndonos nacer de nuevo?
Pidámosle a Él: “Señor: quiero que seas huésped en la casa de mi vida y la cambies; la llenes de luz y esperanza y compartas conmigo tu cena.”
Dios quiera que en esta Navidad haya un nuevo nacimiento en cada uno de nosotros. Amén.
¿Y Cristo? ¡Ah, no! Cristo es el Señor de los domingos en el culto, cuando escuchamos al pastor predicar. Pero está fuera de nosotros. Ha quedado encerrado en el templo.
“¿Pero, qué tiene que ver Jesucristo conmigo? ¡Yo quiero hacer mi vida!” Una vida en que trato de sobrevivir “pisando” si es necesario a los demás, no mirando al necesitado de pan y de amor que tengo a mi lado; gritándole a mi esposa porque al volver del trabajo no tiene la comida lista, tratando de encontrar, si soy joven, la vida en el placer, por el placer mismo. Y eso no es vida. Es muerte. Una muerte interior que tratamos de resucitar yendo al templo y escuchando Su Palabra, pero dejando a Jesús, por nuestros yerros, crucificado entre cuatro frías paredes de ladrillo hasta el próximo domingo.
Pero Cristo quiere entrar en nosotros. Él nos dice: “Mira, Yo estoy llamando a la puerta; si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos”. ¡Él quiere hacer de nosotros un templo vivo!.
Quizás aún no nos hayamos decidido. No nos animamos a dejar que Él entre; que tome las riendas de nuestras vidas y nos haga cabalgar en el bosque enmarañado de la realidad de todos los días, con una visión de la verdadera vida, que, como una buena noticia, nos gozamos en anunciarla a nuestro prójimo.
Esta Navidad que se acerca y en la que recordamos el nacimiento de nuestro Señor; ¿Por qué no puede ser la oportunidad en que Él nazca en nuestras vidas, haciéndonos nacer de nuevo?
Pidámosle a Él: “Señor: quiero que seas huésped en la casa de mi vida y la cambies; la llenes de luz y esperanza y compartas conmigo tu cena.”
Dios quiera que en esta Navidad haya un nuevo nacimiento en cada uno de nosotros. Amén.