2 Tesalonicenses 3:6-13
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Malaquías 4: l-2ª; Salmo 98; 2 Tesalonicenses 3: 6-13; Lucas 21: 5-19
Análisis
Una conducta ordenada y disciplina comunitaria
Las doctrinas erráticas, la seducción del poder y la fuerza engañadora del mal provocan la apostasía. Pero también la conducta desordenada puede dividir a la comunidad. Y así como hay que rechazar las enseñanzas de quienes niegan la venida gloriosa del Señor por sus expresiones mentirosas, también es necesario apartarse de quienes niegan la presencia del Señor, pues viven de tal manera que sus prácticas rechazan los preceptos apostólicos. Y si la enseñanza se recibió “por palabra o por carta”, la práctica cotidiana se recibió por imitación de vida (v. 7). El v. repite textualmente 1 Tes 2,9. Pero el contexto argumentativo ha variado totalmente. Mientras en 1 Tes quiere indicar la disposición fraterna del grupo misionero a sostenerse a sí mismo para no depender de nadie y manifestar así su libertad, en este contexto es dado como una conducta a ser imitada, como un ejemplo a ser seguido por la comunidad y por sus miembros en su vida cotidiana. La recomendación de sostenerse a sí mismos mediante el trabajo manual ya está en 1 Tes 4,11.
Cabe preguntarnos, a quiénes, en la comunidad, va dirigida esta amonestación. Descartemos a los esclavos, dados que no está en ellos la opción de trabajar o no. Tampoco es posible pensar en los simples artesanos urbanos que probablemente constituyeran la mayoría de este grupo de creyentes; ellos normalmente vivían al día, debían sostener a sus familias; y si todos, o un grupo significativo de ellos dejaba de sostenerse a sí mismo para vivir de “fondos comunitarios”, seguramente en poco tiempo se agotarían los recursos. En el mundo antiguo los que apreciaban el ocio eran las clases superiores, o los aspirantes a integrarlas: propietarios menores que vivían de sus esclavos, o patrones comerciantes. Estos no “viven del trabajo de sus manos” y tienen tiempo para sembrar rumores, frecuentar los juegos y fiestas cívicas y “hacer sociales”, mientras otros, esclavos, dependientes y clientes, trabajan para ellos y producen el pan que comen. “El que no trabaja que tampoco coma” no está dirigido, como tantas veces se ha usado, a los desvalidos y humildes que necesitan la solidaridad del grupo, sino a los que viven del trabajo ajeno, a los explotadores de los otros, a los que acumulan bienes más allá de sus necesidades con el sudor de los demás. Estos son los que no trabajan en nada, viven desordenadamente metiéndose en lo ajeno (v. 11). Estos son lo que deben trabajar y comer su propio pan.
Sin duda, la Iglesia primitiva, como sabemos, tuvo una práctica de asistencia mutua desde sus mismos orígenes. Y no puede negarse que siempre hay posibilidad de abusos en estas circunstancias. Pero los abusos a estos sistemas de solidaridad nunca serán tantos y tan nefastos como los abusos de los poderosos que viven del trabajo ajeno, que se enriquecen con el esfuerzo de otros, que comen su pan sin haber sembrado ni molido un solo grano de trigo. Por eso, junto con la recomendación de trabajar va la recomendación de “hacer el bien”. La excusa de los abusos no puede servir como argumento para dejar de ser solidarios con los más necesitados, ni el afán de acumular debe reemplazar a la generosidad de los que pueden hacer algo. La vida práctica de la comunidad es también una forma de predicar, y de predicar una opción de vida que cuestiona y desafía a los dioses del poder, a las justificaciones ideológicas de los explotadores, o al desapego a la caridad que exhiben los agentes del Imperio, entonces y ahora.
Comentario homilético
La iglesia cristiana es una comunidad solidaria. Usar el texto: “El que no trabaja que tampoco coma”, en un contexto de desocupación, subempleo o salarios de hambre como ocurre en nuestro continente latinoamericano, solo puede venir de almas insensibles. No es ese el sentido que le dieron los autores de 2 Tes. Desgraciadamente, en nuestras sociedades hay muchos que pasan hambre trabajando, y los que más abundancia tienen suelen pasarse mucho tiempo libre, viviendo de la especulación o del trabajo de otros. Mostrar que en esta carta este texto sirve para ayudar a la construcción de un sentido solidario, para desarmar los mecanismos de exclusión o de mutua agresión, puede ayudar a superar ese uso egoísta que muchas veces se ha hecho del texto. El evangelio debe ser predicado con las formas de vida, y la palabra que pone broche a este texto es “no se cansen de hacer el bien”.
Análisis
Una conducta ordenada y disciplina comunitaria
Las doctrinas erráticas, la seducción del poder y la fuerza engañadora del mal provocan la apostasía. Pero también la conducta desordenada puede dividir a la comunidad. Y así como hay que rechazar las enseñanzas de quienes niegan la venida gloriosa del Señor por sus expresiones mentirosas, también es necesario apartarse de quienes niegan la presencia del Señor, pues viven de tal manera que sus prácticas rechazan los preceptos apostólicos. Y si la enseñanza se recibió “por palabra o por carta”, la práctica cotidiana se recibió por imitación de vida (v. 7). El v. repite textualmente 1 Tes 2,9. Pero el contexto argumentativo ha variado totalmente. Mientras en 1 Tes quiere indicar la disposición fraterna del grupo misionero a sostenerse a sí mismo para no depender de nadie y manifestar así su libertad, en este contexto es dado como una conducta a ser imitada, como un ejemplo a ser seguido por la comunidad y por sus miembros en su vida cotidiana. La recomendación de sostenerse a sí mismos mediante el trabajo manual ya está en 1 Tes 4,11.
Cabe preguntarnos, a quiénes, en la comunidad, va dirigida esta amonestación. Descartemos a los esclavos, dados que no está en ellos la opción de trabajar o no. Tampoco es posible pensar en los simples artesanos urbanos que probablemente constituyeran la mayoría de este grupo de creyentes; ellos normalmente vivían al día, debían sostener a sus familias; y si todos, o un grupo significativo de ellos dejaba de sostenerse a sí mismo para vivir de “fondos comunitarios”, seguramente en poco tiempo se agotarían los recursos. En el mundo antiguo los que apreciaban el ocio eran las clases superiores, o los aspirantes a integrarlas: propietarios menores que vivían de sus esclavos, o patrones comerciantes. Estos no “viven del trabajo de sus manos” y tienen tiempo para sembrar rumores, frecuentar los juegos y fiestas cívicas y “hacer sociales”, mientras otros, esclavos, dependientes y clientes, trabajan para ellos y producen el pan que comen. “El que no trabaja que tampoco coma” no está dirigido, como tantas veces se ha usado, a los desvalidos y humildes que necesitan la solidaridad del grupo, sino a los que viven del trabajo ajeno, a los explotadores de los otros, a los que acumulan bienes más allá de sus necesidades con el sudor de los demás. Estos son los que no trabajan en nada, viven desordenadamente metiéndose en lo ajeno (v. 11). Estos son lo que deben trabajar y comer su propio pan.
Sin duda, la Iglesia primitiva, como sabemos, tuvo una práctica de asistencia mutua desde sus mismos orígenes. Y no puede negarse que siempre hay posibilidad de abusos en estas circunstancias. Pero los abusos a estos sistemas de solidaridad nunca serán tantos y tan nefastos como los abusos de los poderosos que viven del trabajo ajeno, que se enriquecen con el esfuerzo de otros, que comen su pan sin haber sembrado ni molido un solo grano de trigo. Por eso, junto con la recomendación de trabajar va la recomendación de “hacer el bien”. La excusa de los abusos no puede servir como argumento para dejar de ser solidarios con los más necesitados, ni el afán de acumular debe reemplazar a la generosidad de los que pueden hacer algo. La vida práctica de la comunidad es también una forma de predicar, y de predicar una opción de vida que cuestiona y desafía a los dioses del poder, a las justificaciones ideológicas de los explotadores, o al desapego a la caridad que exhiben los agentes del Imperio, entonces y ahora.
Comentario homilético
La iglesia cristiana es una comunidad solidaria. Usar el texto: “El que no trabaja que tampoco coma”, en un contexto de desocupación, subempleo o salarios de hambre como ocurre en nuestro continente latinoamericano, solo puede venir de almas insensibles. No es ese el sentido que le dieron los autores de 2 Tes. Desgraciadamente, en nuestras sociedades hay muchos que pasan hambre trabajando, y los que más abundancia tienen suelen pasarse mucho tiempo libre, viviendo de la especulación o del trabajo de otros. Mostrar que en esta carta este texto sirve para ayudar a la construcción de un sentido solidario, para desarmar los mecanismos de exclusión o de mutua agresión, puede ayudar a superar ese uso egoísta que muchas veces se ha hecho del texto. El evangelio debe ser predicado con las formas de vida, y la palabra que pone broche a este texto es “no se cansen de hacer el bien”.