2 Tesalonicenses 2:1-5,13-17

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Job 19: 23-27; Salmo 17:1-9; 2 Tesalonicenses 2:1-5.13-17; Lucas 20:27-38.

Algunos leccionarios traen para este domingo 2 Tesalonicenses 2:16 a 3:5. Incluimos un segundo comentario sobre 3:1-5.

Análisis

Confirmación de la enseñanza recibida (2,1-2)

Los autores piden a los hermanos que mantengan su manera de pensar “en cuanto a la parusía del Señor y nuestra reunión con él…”. De esa manera se introduce el tema que dominará el capítulo. En 1 Tes el tema se introduce como “acerca de los que duermen” (1 Tes 4,13): la preocupación no tiene que ver con la doctrina sino con la comunidad, ¿qué sucede con aquellos hermanos y hermanas que han muerto “por Cristo”? En 1 Tes 5,1 se lo enuncia como “acerca de los tiempos y sazones…”: ¿cómo vivir en tanto el Señor se manifieste en su Día? Aquí la formulación varía y aparece casi como un enunciado doctrinal, acerca de la comprensión de un tema (para que no sea sacudido vuestro entendimiento). Resisten la persecución, pero su inteligencia de la fe puede ser conmovida por enseñanzas que invocan falsamente al espíritu, al discurso o a una propia carta de Pablo.
Esta falsa enseñanza anuncia que el día del Señor ya está presente. (v. 2, al final). Podría tratarse de una corriente espiritualista: El Señor ya ha venido, y la realidad del Reino es una realidad espiritual que podemos comenzar a vivir. La manifestación final y la resurrección ocurren en otro plano de la realidad, y no es necesario esperar que la parusía se manifieste en la historia humana. Esta corriente, que se desarrolló en el gnosticismo cristiano, sigue expresándose hoy, con un lenguaje cuidado, pero en muchas corrientes espiritualistas aun dentro de las iglesias cristianas.
Otra posible manera de leer esto es que, ante los hechos de aumento de la persecución, el martirio de algunos hermanos o hermanas, quizás incluso de Pablo, muchos hayan interpretado esto como anuncio del fin inminente. El Día del Señor ya ha comenzado, el juicio se ha desatado, y la vida cotidiana pierde sentido. También la historia del cristianismo conoce estos movimientos en distintos momentos. La carta quiere confrontar esta situación, elaborando sobre dos puntos: afirmar la estabilidad de la comunidad, y brindar elementos doctrinales que permitan desarmar estos argumentos.

Manifestación del Señor y presencia del mal (v. 3-5)

La figura del “hijo de perdición” (v. 3) no aparece en ningún otro texto de las cartas, ni auténticas ni pseudoepigráficas de Pablo. En todo caso, puede verse un paralelo más cercano cuando se habla del anticristo en las cartas joaninas (1 Jn 2,18ss; 4,3; 2 Jn 7), o los falsos cristos y profetas de los Apocalipsis de los evangelios (Mc 13,4ss y paralelos) o las bestias de Ap 13. Es necesario reconocer que aquí aparecen tradiciones distintas, que no es bueno mezclar al modo que hacen ciertas corrientes que pretenden hacer un “retrato del fin del mundo” encimando las figuras y supuestos relatos de las diversas visiones neotestamentarias. En el cristianismo primitivo hubo una pluralidad de variantes y corrientes, como hay en el cristianismo de hoy, y no todas concordaban en los detalles acerca de los días finales, como podemos apreciar. Debemos respetar esas diferencias y aceptar el perfil propio de cada tendencia.
En esta visión, la manifestación definitiva de Cristo estará acompañada y precedida por una serie de eventos y figuras que reflejan el estado del mundo y la comunidad. La primera que aparece es la apostasía; también hay mención de ello en otro texto de la tradición paulina (1 Tim 4,1-4) y la acción de los engañadores en esto es fundamental. Pero en este caso aparece la figura específica de este “hombre sin ley” (una traducción textual nos daría un “hombre de la anomia”), “el hijo de perdición”. Es una contrafigura de Cristo, el hombre obediente, el Hijo de Dios salvador. Es necesario que la comunidad se divida, que haya una purificación interna antes que se manifieste Cristo, y algunos renunciarán a ella conducidos por el engaño. El lenguaje apocalíptico suele proyectar sobre el futuro hechos presentes, y darle significación escatológica. La comunidad para la cual se escribe 2 Tes está experimentando divisiones internas, conflictos doctrinales y seguramente actitudes que son vistos como “apostasía”, textualmente, pararse a un lado (o enfrente) de la fe aprendida. No resulta claro si este hijo de perdición es un miembro de la propia comunidad, o alguien externo a ella. En el primer caso, quien (o quienes) impulsa esta división, quizás corrientes que marchan hacia el gnosticismo (el Día del Señor ya ha ocurrido, v. 2), resulta un “hombre de la anomia”, vaciando a la comunidad de sus contenidos éticos. El Señor solo se manifestará cuando este haya cumplido su tarea y la comunidad se haya purificado de estos falsos anunciadores, que se endiosan a si mismos (v. 4).
Otra posibilidad, que me parece más explicativa en virtud del contexto global de la epístola, es que es una figura externa a la comunidad, que sin embargo impulsa a algunos miembros de la comunidad a abandonarla. El contexto de persecución, especialmente si esto tiene que ver con la resistencia a adorar la imagen del Emperador, habría llevado a esta situación. Algunos encuentran incluso una cierta justificación para esta conducta. No olvidemos que uno de los componentes del gnosticismo cristiano es que buscaba conciliar la adoración (exterior) a las imágenes paganas e imperiales con la adoración (interior) de Cristo, para evitar la persecución. Aquí el problema no es un entusiasmo apocalíptico sino el abandono de la confianza en la venida gloriosa del Señor.
La descripción de este “hombre sin ley” que nos ofrece el v. 4 ha recibido sin número de explicaciones y adscripciones. Se opone a toda piedad justa y se hace pasar a si mismo por Dios. El intento de imponer su estatua como objeto de adoración en el templo de Jerusalén, hecho por Calígula, sería el modelo. El autoendiosamiento de Nerón y, según parece, la misma actitud por parte de Domiciano, destaca a estos tres emperadores como candidatos a llenar este personaje. Aunque el Imperio como tal y cualquier emperador podría ocupar el lugar. Las políticas imperiales y sus representantes de ayer y de siempre se hacen ley para si mismos e ignoran las leyes que gobiernan las relaciones humanas. Exigen una obediencia que los cristianos solo le deben a Dios. Y siguen ofreciendo “el único camino de salvación” y pidiendo “sacrificios”, cuando en realidad llevan a la humanidad a la destrucción.
El v. 5, el único del texto de la carta (aparte de la firma) en primera persona singular, podría indicar el martirio de Pablo. Hace mención a “lo que yo les decía cuando aún era entre vosotros”. Aquí ha desaparecido la idea de que Pablo pueda volver a visitar a la comunidad (reiteradamente expresada en 1 Tes). Es necesario recordar la enseñanza que diera en su(s) visita(s), porque ahora ya no volverá en persona. Solo podrán reunirse nuevamente en la presencia de Cristo, en su día (2,1). Si esta lectura es correcta, nos daría parte del motivo de la carta, las amargas expresiones de deseo de revancha que encontramos en ella, y la expresión condenatoria a este “hombre de perdición” que se opone a todo lo que se realiza en el nombre de Dios.

Gratitud y exhortación por la firmeza en la fe (13-17)

El capítulo 2 se cierra con una nueva oración de gratitud. El lenguaje remite a 1,3, pero también a 1 Tes 1,4, en la expresión de los “hermanos amados por el Señor”. Esta gratitud, también en este caso, es por su elección, pero ahora se especifica que es “desde el principio, en la santidad del Espíritu y confianza en la verdad”. De esta manera se confronta según la voluntad original del Creador (es desde el principio) a la realidad presente del mundo donde opera el hijo de perdición. La comunidad creyente se opone al inicuo mediante la santidad del Espíritu, y se opone a la mentira e injusticia mediante la verdad. El presente mundo, con su ambigüedad, con la presencia del mal, opera entre dos tiempos: el principio, donde la voluntad de Dios se cumple totalmente, y el final, donde se manifestará la Gloria de nuestro Señor Jesucristo. Entre tanto, el Evangelio es la forma en que Dios llama a la fidelidad. La predicación del mensaje es la forma en que Dios incluye en su pueblo a quienes responden en fe.
De allí que es necesario mantenerse firmes en estos preceptos transmitidos por la predicación o en carta. La carta aparece como un sustituto de la presencia de los apóstoles. 2 Pe 3,15-16 muestra la autoridad que habían adquirido las cartas paulinas, pero también la pluralidad de interpretaciones que recibían. Es el inicio de una tradición que va a ir reemplazando prácticas por contenidos intelectuales. Mientras la primera evangelización paulina ponía énfasis en actitudes, conductas, y fundamentalmente en la confianza en la presencia actual y futura de Cristo en su comunidad (cf. 1 Tes, especialmente cap. 4), ahora comienza a afirmarse una serie de cuestiones doctrinales (enseñanza con la palabra oral u escrita) que deben guardarse (v. 15). Sin embargo, es un proceso naciente: todavía es importante mantener viva la obra que muestre la fe. Palabra y obra van juntas para mostrar el amor. Esa es la forma en que se afirma y confirma la gracia de Dios, su consuelo y esperanza. Esto va a llevar al siguiente capítulo, con la exhortación a la conducta (parenesis) comunitaria que muestra este llamado.

Análisis 2: 2 Tes 3:1-5

Oración y confianza

El mismo autor indica que lo más relevante que tenía para escribir ya ha sido declarado, y ahora va a agregar un tema distinto y final… “Por último…”. Esta parte pide a la comunidad la reciprocidad en este ministerio de oración porque el grupo apostólico también tiene una tarea que cumplir y no está exento de los peligros y dificultades expuestos. Hay otros lugares donde la Palabra debe ser predicada y reconocida, y los predicadores deben ser puestos a salvos de las personas que procuran su mal. No todos adhieren a la fe en Cristo.
Con un juego de palabras el autor marca el contraste: la fe no es de todos, pero Dios es fiel (en griego ambas palabras, fe y fidelidad, son la misma). Dios (otras variantes traen “el Señor”) es fiel a sí mismo, por lo tanto a su promesa y a la comunidad que ha convocado por ella. Aunque perseguidos y con dificultades creadas por el maligno, ni el grupo apostólico ni la comunidad deben sentirse abandonados; serán afirmados y cuidados en su enfrentamiento con esta dura realidad. Tampoco deben pensar que Dios dejará de presentarse en su gloria para juzgar a la historia humana y rescatar a sus redimidos. Por ello el autor afirma su convicción de que tanto en el presente como en el futuro la comunidad vivirá de esa fidelidad también en su práctica. Con todo, esa posibilidad no depende de la pura voluntad de ellos sino del Señor, que dirigirá sus corazones según su amor y perseverancia. El texto que comenzó pidiendo que la comunidad orara por ellos culmina con una petición de ellos al Señor, a favor de la comunidad. Se afirma así la reciprocidad y comunión intercesora delante del Dios que mantiene su promesa, y que debe reflejarse en los actos de los creyentes.

Comentario homilético

Estamos en un tiempo en que han aumentado las expresiones de sectas que ponen un gran énfasis en describir el fin de los tiempos, en procurar mostrar con las Escrituras que ellos ya saben como va a ocurrir todo. Nuestra predicación puede ayudar a los hermanos y hermanas a confiar en la sabiduría de Dios y en su amor más que en especulaciones. Por otro lado, también es importante mantener el sentido de esperanza y responsabilidad frente al Dios que juzga la historia humana. El “nadie os engañe” desenmascara a los hombres e imperios que se creen dueños de la historia y pretenden sentarse en ese lugar de Juez diciendo quien es bueno y quien es malo (poniéndose, por cierto, siempre en el lugar de los buenos). En medio de tanta confusión, es bueno recordar que dependemos de un Dios que nos ama y consuela (2,16) antes que asustarnos y amenazarnos con el fin de los tiempos. Nuestra actitud es de gratitud al Dios que nos llama para ser sus testigos, para participar de su amor salvador, y responder en Espíritu por la santificación y la fe en la verdad.

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