1 Juan 3:16 24
0
0
Salmo 23 Hechos 4:5 12 1 Juan 3:16 24 Juan 10:11 18
Notas exegéticas
Nuevamente aquí el leccionario corta la perícopa por la mitad. Desde un punto de vista estructural tanto como temático, la inclusión está marcada por las palabras “nos amemos unos a otros”, que aparecen en el v. 11 y en el 23. El v. 22 introduce el tema del mandamiento, que forma una subunidad con el 23 y lo conecta con el v. 24, que abre la siguiente sección, sobre el Espíritu, que se extenderá hasta 4:6.
El párrafo completo, 3:11-23 es el verdadero centro temático de toda la carta . Dentro de ella aparecen estructuras más pequeñas, que abarcan del 11-15,16, 17-18, 19-21, y 22-24, que es el nexo con el tema siguiente. En estos versículos se anudan los argumentos cristológicos y éticos. Si nos concentramos en el párrafo indicado por el leccionario, iniciando la lectura en el v. 16, notamos la inmediatez de esta conexión. Uno podría tomar este verso como eje y notar como se extiende el argumento hacia adelante y hacia atrás. La primera parte, del 11 al 15, marcaría el argumento negativo: allí se explaya el autor sobre el “no amar al hermano”, oponiendo a Cristo la figura de Caín y el mundo. Estos dos son los paradigmas del desamor, lo malo, y en ellos se configura la oposición entre el mundo que no conoce a Cristo, y por lo tanto sólo se nutre del sino trágico de la muerte, y los que “hemos pasado de muerte a vida, porque amamos a los hermanos” (v. 14). Es interesante notar que “porque amamos a los hermanos” es una cláusula causal, es lo que permite pasar de “muerte a vida”.
El v. 16, entonces, anudará este antecedente para mostrar el sentido positivo de este amor, el compromiso vital que encierra. Ello se explicitará en los vs. 17-18. Pero antes de continuar conviene detenerse unos instantes en este verso decisivo. Porque pone en el centro de la experiencia del amor recibido la iniciativa del amor recíproco. Una traducción más o menos textual (el versículo no registra mayores variantes) sería “en esto conocemos el amor, pues aquél por nosotros su vida puso. También nosotros debemos por nuestros hermanos la vida entregar”. Aunque nuestras versiones (Dios Habla Hoy, la Biblia Latinoamericana, la Versión Hispanoamericana, etc. no así Reina-Valera) se apresuran a interpretar intercalando un Cristo o Jesucristo en lugar de “aquél”. La referencia a Cristo es obvia, si se mira al Evangelio, pero llama la atención que el autor no la explicitara.
¿Habrá querido dejar abierta la idea de que quien pone la vida por su hermano nos enseña el camino del amor? No sería extraño en tiempos de persecución. El modelo de Cristo se ha encarnado en los hermanos (porque como él es, así somos nosotros en el mundo, 4:17b), que aceptan el sufrimiento y la persecución antes que negar a Cristo y la comunidad (2:22-24 5:5). La función ejemplar de Cristo abre una forma de acercamiento al hermano, que no se limita a “creer”, sino que implica un “mostrar”. En el amor al hermano/hermana, “poniendo la vida (el alma, la fuerza) en ello, se hace realidad lo que Cristo, a su vez, hace por nosotros, y eso se transforma en una vía de testimonio.
Ese testimonio no se limita al relato oral, por un lado, o al acto heroico por el otro. Incluye todas las dimensiones que hay en el “dar vida”. El autor se apura a mostrar el aspecto económico de este amor, que afecta a los bienes vitales. Para designar a los “bienes de este mundo” usa la palabra “bíos”, que, por un lado significa también vida, pero que en el griego de la época había venido a indicar las cosas necesarias para mantener la vida (alimento, vestido, refugio, especialmente el primero) lo que hoy llamaríamos “las necesidades básicas”. Actualizando el texto, podríamos decir “Cualquiera que tiene sus necesidades básicas cubiertas, y ve a su hermano tener necesidad, y cierra su compasión ante él (ella), ¿cómo puede el amor de Dios permanecer en él?” (v. 17). Cabe, entonces, señalar que el amor debe expresarse más allá del “testimonio oral”, en actos que compartan bienes y vida, en obras que muestran donde reside el amor verdadero (v. 18).
Los vv.19-21 buscan explicar por qué ese amor es la expresión de la verdad. La verdad no es, al modo de nuestro moderno positivismo “una descripción exacta y adecuada” de un objeto, sino que es una realidad abarcadora, que nos involucra vitalmente. El tema es “ser de la verdad”. La verdad evangélica (“Yo soy el camino, la verdad y la vida”, Jn 14:6) no es algo que tenemos o conocemos, es alguien a quien pertenecemos (“Si son mis discípulos conocerán la verdad, y la verdad los hará libres”, Jn 8: 31-32). Esta verdad está ligada al conocimiento de Dios, pero en un sentido subjetivo: Dios nos conoce a nosotros (1Jn 3:20). El conocimiento de Dios es superior a nuestro propio conocimiento personal, por lo cual, aún si dudamos y el corazón parece incierto, nos permite confiar, obrar con libertad en su presencia. La verdad de Dios, en la que residimos y permanecemos, suple las dudas que el mundo siembra en cuanto a la vigencia de la vida en amor.
Finalmente el final de la perícopa, vs 22-24, vincula esto con el cumplimiento del mandamiento. El mandamiento está referido, indudablemente, al mandamiento de amor de Jesús, según lo registra el Evangelio (Jn 13:10 14:21 15:10-12). En base a este amor se afirma también la respuesta divina a la intercesión. (v. 22). Una vez más se señala la conexión entre la obra de Cristo y la confianza hacia él y el sentido del amor recíproco. Y nuevamente se afirma que esto es señal de la presencia de Dios en la vida del creyente (v. 24).
Líneas homiléticas
Santiago dice que la fe se muestra en las obras (St 2:17-18). Juan dice que la fe se muestra en el amor a los hermanos, que es la señal de la presencia del amor de Dios. El ejemplo que pone es muy similar al que nos brinda Santiago, desconocer la necesidad de un hermano careciente (1 Jn 3:17-18 = St 2:15-16). Dos textos tan distintos en su forma, en su tono y aún en su teología, sacan sin embargo la misma conclusión en lo que hace a la ética. La verdadera ortodoxia de la fe es una práctica del amor. La alta espiritualidad joanina y la exigente idea de justicia de Santiago se encuentran cuando llega el momento de expresar su compromiso con el pobre, con quien se encuentra en necesidad. La comunión con Dios se expresa en “las obras de misericordia”.
Hoy vemos quienes en el nombre de su Dios, sea cristiano, islámico, judío, o de cualquier otro creado, no sólo no compadecen al hermano o hermana que sufre, sino que aún le roban a través de complejos mecanismos financieros, destinados a ocultar su responsabilidad y esconderse en el anonimato. Poderosos que, con la Biblia o el Qurán en la mano, incitan a la guerra, y anuncian las muertes de extraños, inocentes e indefensos como “daños ocasionales”. Frente a esta realidad no podemos menos que entender y compartir el enojo con el que Juan acusa de homicida a quienes desconocen el compromiso de amor que supone nuestra fe. Estos desconocen a Dios y niegan el amor con que Cristo nos ama.
Cuando se falta a este sentido del amor, la verdad deja de serlo. Porque el amor es en “obras y en verdad”. La verdad es un compromiso vital con la vida que Dios ha creado. Lo demás son verdades parciales que justifican actos parciales, que desconocen la integridad del amor de Dios.
Notas exegéticas
Nuevamente aquí el leccionario corta la perícopa por la mitad. Desde un punto de vista estructural tanto como temático, la inclusión está marcada por las palabras “nos amemos unos a otros”, que aparecen en el v. 11 y en el 23. El v. 22 introduce el tema del mandamiento, que forma una subunidad con el 23 y lo conecta con el v. 24, que abre la siguiente sección, sobre el Espíritu, que se extenderá hasta 4:6.
El párrafo completo, 3:11-23 es el verdadero centro temático de toda la carta . Dentro de ella aparecen estructuras más pequeñas, que abarcan del 11-15,16, 17-18, 19-21, y 22-24, que es el nexo con el tema siguiente. En estos versículos se anudan los argumentos cristológicos y éticos. Si nos concentramos en el párrafo indicado por el leccionario, iniciando la lectura en el v. 16, notamos la inmediatez de esta conexión. Uno podría tomar este verso como eje y notar como se extiende el argumento hacia adelante y hacia atrás. La primera parte, del 11 al 15, marcaría el argumento negativo: allí se explaya el autor sobre el “no amar al hermano”, oponiendo a Cristo la figura de Caín y el mundo. Estos dos son los paradigmas del desamor, lo malo, y en ellos se configura la oposición entre el mundo que no conoce a Cristo, y por lo tanto sólo se nutre del sino trágico de la muerte, y los que “hemos pasado de muerte a vida, porque amamos a los hermanos” (v. 14). Es interesante notar que “porque amamos a los hermanos” es una cláusula causal, es lo que permite pasar de “muerte a vida”.
El v. 16, entonces, anudará este antecedente para mostrar el sentido positivo de este amor, el compromiso vital que encierra. Ello se explicitará en los vs. 17-18. Pero antes de continuar conviene detenerse unos instantes en este verso decisivo. Porque pone en el centro de la experiencia del amor recibido la iniciativa del amor recíproco. Una traducción más o menos textual (el versículo no registra mayores variantes) sería “en esto conocemos el amor, pues aquél por nosotros su vida puso. También nosotros debemos por nuestros hermanos la vida entregar”. Aunque nuestras versiones (Dios Habla Hoy, la Biblia Latinoamericana, la Versión Hispanoamericana, etc. no así Reina-Valera) se apresuran a interpretar intercalando un Cristo o Jesucristo en lugar de “aquél”. La referencia a Cristo es obvia, si se mira al Evangelio, pero llama la atención que el autor no la explicitara.
¿Habrá querido dejar abierta la idea de que quien pone la vida por su hermano nos enseña el camino del amor? No sería extraño en tiempos de persecución. El modelo de Cristo se ha encarnado en los hermanos (porque como él es, así somos nosotros en el mundo, 4:17b), que aceptan el sufrimiento y la persecución antes que negar a Cristo y la comunidad (2:22-24 5:5). La función ejemplar de Cristo abre una forma de acercamiento al hermano, que no se limita a “creer”, sino que implica un “mostrar”. En el amor al hermano/hermana, “poniendo la vida (el alma, la fuerza) en ello, se hace realidad lo que Cristo, a su vez, hace por nosotros, y eso se transforma en una vía de testimonio.
Ese testimonio no se limita al relato oral, por un lado, o al acto heroico por el otro. Incluye todas las dimensiones que hay en el “dar vida”. El autor se apura a mostrar el aspecto económico de este amor, que afecta a los bienes vitales. Para designar a los “bienes de este mundo” usa la palabra “bíos”, que, por un lado significa también vida, pero que en el griego de la época había venido a indicar las cosas necesarias para mantener la vida (alimento, vestido, refugio, especialmente el primero) lo que hoy llamaríamos “las necesidades básicas”. Actualizando el texto, podríamos decir “Cualquiera que tiene sus necesidades básicas cubiertas, y ve a su hermano tener necesidad, y cierra su compasión ante él (ella), ¿cómo puede el amor de Dios permanecer en él?” (v. 17). Cabe, entonces, señalar que el amor debe expresarse más allá del “testimonio oral”, en actos que compartan bienes y vida, en obras que muestran donde reside el amor verdadero (v. 18).
Los vv.19-21 buscan explicar por qué ese amor es la expresión de la verdad. La verdad no es, al modo de nuestro moderno positivismo “una descripción exacta y adecuada” de un objeto, sino que es una realidad abarcadora, que nos involucra vitalmente. El tema es “ser de la verdad”. La verdad evangélica (“Yo soy el camino, la verdad y la vida”, Jn 14:6) no es algo que tenemos o conocemos, es alguien a quien pertenecemos (“Si son mis discípulos conocerán la verdad, y la verdad los hará libres”, Jn 8: 31-32). Esta verdad está ligada al conocimiento de Dios, pero en un sentido subjetivo: Dios nos conoce a nosotros (1Jn 3:20). El conocimiento de Dios es superior a nuestro propio conocimiento personal, por lo cual, aún si dudamos y el corazón parece incierto, nos permite confiar, obrar con libertad en su presencia. La verdad de Dios, en la que residimos y permanecemos, suple las dudas que el mundo siembra en cuanto a la vigencia de la vida en amor.
Finalmente el final de la perícopa, vs 22-24, vincula esto con el cumplimiento del mandamiento. El mandamiento está referido, indudablemente, al mandamiento de amor de Jesús, según lo registra el Evangelio (Jn 13:10 14:21 15:10-12). En base a este amor se afirma también la respuesta divina a la intercesión. (v. 22). Una vez más se señala la conexión entre la obra de Cristo y la confianza hacia él y el sentido del amor recíproco. Y nuevamente se afirma que esto es señal de la presencia de Dios en la vida del creyente (v. 24).
Líneas homiléticas
Santiago dice que la fe se muestra en las obras (St 2:17-18). Juan dice que la fe se muestra en el amor a los hermanos, que es la señal de la presencia del amor de Dios. El ejemplo que pone es muy similar al que nos brinda Santiago, desconocer la necesidad de un hermano careciente (1 Jn 3:17-18 = St 2:15-16). Dos textos tan distintos en su forma, en su tono y aún en su teología, sacan sin embargo la misma conclusión en lo que hace a la ética. La verdadera ortodoxia de la fe es una práctica del amor. La alta espiritualidad joanina y la exigente idea de justicia de Santiago se encuentran cuando llega el momento de expresar su compromiso con el pobre, con quien se encuentra en necesidad. La comunión con Dios se expresa en “las obras de misericordia”.
Hoy vemos quienes en el nombre de su Dios, sea cristiano, islámico, judío, o de cualquier otro creado, no sólo no compadecen al hermano o hermana que sufre, sino que aún le roban a través de complejos mecanismos financieros, destinados a ocultar su responsabilidad y esconderse en el anonimato. Poderosos que, con la Biblia o el Qurán en la mano, incitan a la guerra, y anuncian las muertes de extraños, inocentes e indefensos como “daños ocasionales”. Frente a esta realidad no podemos menos que entender y compartir el enojo con el que Juan acusa de homicida a quienes desconocen el compromiso de amor que supone nuestra fe. Estos desconocen a Dios y niegan el amor con que Cristo nos ama.
Cuando se falta a este sentido del amor, la verdad deja de serlo. Porque el amor es en “obras y en verdad”. La verdad es un compromiso vital con la vida que Dios ha creado. Lo demás son verdades parciales que justifican actos parciales, que desconocen la integridad del amor de Dios.