1 Corintios 12:3-13

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Pentecostés

Presentación y ampliación: Ricardo Pietrantonio

Hch 2,1-11; Jn 20,19-23; Sal 104,1.24.29-31.34

Introducción General

1 Co es tomada por auténticamente paulina (aprox. 53-54) y pocos disputan su integridad (salvo algunos vss. discutidos). Aparece como respuesta de Pablo a ciertas informaciones orales y consultas por escrito provenientes de la comunidad corintia. Su ordenamiento parece más o menos arbitrario, según se van dando las cuestiones, aunque una mirada más cuidadosa puede ver un crescendo que parte de las cuestiones más “carnales” (disputas de poder, ética sexual, situaciones de propiedad, condición social) hasta las más “espirituales” (conducta frente a la idolatría, conducta en el culto, Cena del Señor, dones espirituales y Resurrección). Todas, sin embargo, son atravesadas por un eje teológico central: el señorío de Cristo concebido desde una teología de la Cruz y Resurrección; y por una convicción envolvente: la dimensión escatológica de todo acto humano, desde una escatología de juicio inminente.

Ubicación estructural

El texto seleccionado (por la festividad) se encuentra dentro de la sección litúrgica de la carta. 1 Co 12:1-2 conforman una transición para salir del tema de la Santa Cena: marca el pasaje de la espiritualidad de los dones materiales a la materialidad de los dones espirituales. 12:3-31 introducirá el tema de la diversidad y complementariedad de los dones espirituales, que se retoma, en un marco cultual, en 14. Forma, pues, una inclusión con el cap. 14, que deja al himno de 1 Co 13 como centro quiásmico de la sección. Por eso el texto ha de leerse a la luz de 1 Co 13. La sección de 12:3-11 introduce el tema del Espíritu, y 12-13 conforman una bisagra para dar lugar al símil del cuerpo. 14-26 desarrollará ese símil, para que 27-31 le dé entidad eclesiológica. Pero esa entidad eclesiológica quedará sometida al criterio del servicio y el amor (cap. 13). Ese es el marco de lectura que debe señalarse.

Comentario

El don superior del amor permite entender la diversidad de dones que emanan del mismo Espíritu. El primer don, anterior a cualquiera de los dones “concretos” es el don mismo de la fe. Sin ese primer don del Espíritu, que es el que nos lleva a afirmar el señorío de Jesús, cualquier otro don no es sino maldición (anatema). Es ese único Espíritu que nos conduce a la fe, el que luego se manifiesta multiforme en la vida concreta de la comunidad de los creyentes. Es por el amor que esa multiplicidad adquiere sentido, y que cada uno de los dones particulares lo adquiere, porque solo el amor puede manifestar el Espíritu. Esta unidad del Espíritu hace un don de la complementariedad y no una maldición de las diferencias. Es éste el Pentecostés de Pablo (que no tuvo el otro). Una salvedad que conviene señalar es la fe entendida como don diferenciado (v. 9). En ese caso hay que ver que acá fe/confianza está señalada entre los dones que hacen a las distintas formas de conocer, de manera que a la vez que Pablo reconoce la sabiduría y la ciencia como don, reconoce también la posibilidad de tener confianza en la palabra de la comunidad como un don. La fe no debe interpretarse aquí como fe en Dios, sino como confianza en los hermanos.
Este Espíritu que crea diferencias por la operación diversa de los dones que libremente reparte, es el mismo espíritu que elimina las diferencias (judíos y griegos) que pudieran alzarse como barreras para la igualdad fraterna. El Pentecostés paulino, el Espíritu que reúne a la Iglesia y la hace una, es un Pentecostés que iguala apóstoles y predicadores, maestros y sanadores, sabios y creyentes simples en la operación del cuerpo constituido uno.

COMENTARIOS HECHOS EN EL GRUPO:

Este texto es considerado completo, a diferencia de 2 Corintios, cuya integridad se discute.
Por lo general, hay confusión sobre lo que es el amor y de dónde éste procede. Esta palabra no representa lo que se intentaba significar, ya que, hoy en día, ‘amor’ tiene una significación con carácter erótico. En 1 Corintios 13, el amor trasciende este universo, y no ‘pasa’ nunca. Amar representa eros, mas no agápe. Amar está relacionado con la alianza con Dios, y ésta tiene un código: los diez mandamientos, por ejemplo. En estos textos, amar “involucra” a Dios. Pietrantonio está convencido de que la palabra amor debe ser sustituida por otra, y lo haría por lealtad. Por otra parte, recordemos que en el Evangelio de Juan se usa una terminología “fuerte”: permanecer en la vid, en Cristo mismo. El mandamiento es la permanencia, la unión con la vid. El amor es, en realidad, una consecuencia. En otros términos, la comunidad permanece unida si permanece en la vid, en Cristo; no separada. Por otro lado, nuestros sentimientos son inestables. La alianza posee un orden racional: se da una posibilidad de poder cumplir con sus preceptos. Otra cuestión es la Torá: es un tema paulino; también se podía cumplir con ella, “quedarse” con Dios o “no quedarse”. Los mandamientos son comunitarios, no se dan en forma individual. En el texto de 1 Corintios, se da la riqueza en la diversidad, por excelencia.

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